¿Cómo puede pretender Rajoy que se pacte con él cuando ha utilizado sistemáticamente un rodillo durante toda la legislatura en la que tenía mayoría absoluta? Ni antes ni ahora tenía intención de ceder un ápice en sus posiciones. Su férrea postura obliga a que los demás partidos claudiquen ante el Partido Popular (PP) que ha gobernado de espaldas a la oposición parlamentaria. Conseguirían con ello el suicidio de los que, como en el caso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), piensan diferente y la absorción de los que, como Ciudadanos, son afines.
Ante Rajoy no cabe abstenerse.
Hay que estar frente a él para poder oponerse a políticas del embudo, donde la parte más estrecha siempre la tiene la ciudadanía más indefensa. El ministro García Margallo fue claro cuando reconoció con respecto a las políticas de austeridad que “se habían pasado tres pueblos”.
Hay que negarle la mayor porque frente a separatismos solo se ha visto la mano firme e implacable; en ningún momento se ha mostrado proclive al diálogo al sentarse en la mesa simplemente a hablar y poner en común los puntos de vista sobre las distintas circunstancias que separan al gobierno catalán del español.
Hay que ser consecuente y votar no porque en este tiempo que llevamos de impasse se sigue sirviendo de las instituciones para intereses partidistas. Ante Felipe VI, en diciembre, se negó a ser designado candidato para formar gobierno y meses más tarde, con una situación similar, acepta el encargo pero sin saber si se someterá o no a votación.
No se puede ser cómplice de Rajoy. Cómo olvidar que tuvo y mantuvo en su gobierno al ministro José Soria, que llevaba su dinero a paraísos fiscales, negándolo por activa y pasiva.
No es no. Rubalcaba pidió la dimisión de Rajoy por los papeles de Bárcenas; eso no es fácil de olvidar ni para los militantes ni para los votantes. El PP está siendo investigado por destruir pruebas para obstaculizar la labor de la justicia que busca datos con los que juzgar su financiación ilegal.
Y simplemente no porque el PSOE tiene una forma distinta de gobernar y legislar. No se debe apoyar lo que se quiere cambiar, no se puede permitir que los rivales políticos logren alcanzar la Moncloa y menos que lo hagan otros con el propio beneplácito y complacencia.
El PP habla, dice, repite que quiere llegar a acuerdos, que la única solución es la de la gran coalición. Pretende hacer ver que la solución está en las manos de otros. No es cierto. El problema lo tiene el PP, que aun ganando claramente las elecciones no es capaz de lograr acercar posturas. La solución está en el PP, la tiene Rajoy, pero se niega a coger el toro por los cuernos y sentarse a negociar con quienes en legislaturas anteriores pactaron y ayudaron a la gobernabilidad del país. La negociación no ha sido su manera de trabajar estos años y cambiar el paso cuesta trabajo.
Rajoy tiene dos opciones: una, ver que su partido no es capaz en estos momentos de generar consensos y por tanto deben ser otros partidos los que gobiernen; y dos, darse cuenta de es él el que debe dimitir, dar un paso atrás y dejar que otras personas de su partido sean las encargadas de pilotar el nuevo gobierno.
Ante Rajoy no cabe abstenerse.
Hay que estar frente a él para poder oponerse a políticas del embudo, donde la parte más estrecha siempre la tiene la ciudadanía más indefensa. El ministro García Margallo fue claro cuando reconoció con respecto a las políticas de austeridad que “se habían pasado tres pueblos”.
Hay que negarle la mayor porque frente a separatismos solo se ha visto la mano firme e implacable; en ningún momento se ha mostrado proclive al diálogo al sentarse en la mesa simplemente a hablar y poner en común los puntos de vista sobre las distintas circunstancias que separan al gobierno catalán del español.
Hay que ser consecuente y votar no porque en este tiempo que llevamos de impasse se sigue sirviendo de las instituciones para intereses partidistas. Ante Felipe VI, en diciembre, se negó a ser designado candidato para formar gobierno y meses más tarde, con una situación similar, acepta el encargo pero sin saber si se someterá o no a votación.
No se puede ser cómplice de Rajoy. Cómo olvidar que tuvo y mantuvo en su gobierno al ministro José Soria, que llevaba su dinero a paraísos fiscales, negándolo por activa y pasiva.
No es no. Rubalcaba pidió la dimisión de Rajoy por los papeles de Bárcenas; eso no es fácil de olvidar ni para los militantes ni para los votantes. El PP está siendo investigado por destruir pruebas para obstaculizar la labor de la justicia que busca datos con los que juzgar su financiación ilegal.
Y simplemente no porque el PSOE tiene una forma distinta de gobernar y legislar. No se debe apoyar lo que se quiere cambiar, no se puede permitir que los rivales políticos logren alcanzar la Moncloa y menos que lo hagan otros con el propio beneplácito y complacencia.
El PP habla, dice, repite que quiere llegar a acuerdos, que la única solución es la de la gran coalición. Pretende hacer ver que la solución está en las manos de otros. No es cierto. El problema lo tiene el PP, que aun ganando claramente las elecciones no es capaz de lograr acercar posturas. La solución está en el PP, la tiene Rajoy, pero se niega a coger el toro por los cuernos y sentarse a negociar con quienes en legislaturas anteriores pactaron y ayudaron a la gobernabilidad del país. La negociación no ha sido su manera de trabajar estos años y cambiar el paso cuesta trabajo.
Rajoy tiene dos opciones: una, ver que su partido no es capaz en estos momentos de generar consensos y por tanto deben ser otros partidos los que gobiernen; y dos, darse cuenta de es él el que debe dimitir, dar un paso atrás y dejar que otras personas de su partido sean las encargadas de pilotar el nuevo gobierno.
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