Diario de viaje, por Paco Vílchez

Viajar un lunes cualquiera a un destino habitualmente tranquilo conlleva vivir experiencias diferentes. Es una buena manera de empaparse del ritmo tranquilo de los pueblos, de sus gentes, de sus costumbres. Por lo que aprovechando unos días sueltos de vacaciones puse rumbo a la Sierra Norte de Sevilla un soleado lunes del mes de Abril. Casi veinte municipios componen esta comarca andaluza en plena Sierra Morena.
Mi ruta comenzó en Montilla pasadas las nueve y media de la mañana, y buscando la A-4 o Autovía de Andalucía, a través de la A-386 que me llevó a la incorporación comúnmente llamada Venta del Empalme (40 Km aproximadamente), continuando por Autovía hasta la salida 482 (otros 40 km más o menos). En el camino uno va disfrutando de las vistas que ofrece la campiña cordobesa, con un sol radiante y una temperatura primaveral estupenda para trapichear sin obligación ninguna, más que la de viajar por placer. A pocos kilómetros de la salida y vehiculando por la A-456 me topé con el municipio de La Campana  (5.451 habitantes), allí paré para estirar las piernas y palpar de primera mano la rutina de un pueblo que se maneja entre el trapicheo de la Autovía y la tranquilidad de saberse cerca de uno de los macizos más importantes de la Península Ibérica. Quince minutos después, dirección hacia el Norte y siguiendo por la A-456, llegué a Lora del Río, que reposa en una especie de meandro del Rio Guadalquivir. Lora de Rio. Con cerca de veinte mil habitantes, se muestra con edificios señoriales y con ritmo ajetreado que nada tiene que ver con la vecina La Campana. Su situación en plena Vega y a los pies del Parque Natural la dota de un lugar estratégico. Y de Lora, a Constantina ya en pleno Parque Natural. En el trayecto de media hora (29 Km), uno va ascendiendo a la par que disfrutando de la vegetación de encinas y alcornoques, de ganaderías de toros de lidia, de rebaños de ovejas, de cabras, de riachuelos, y de una paz y tranquilidad maravillosas. El sol apretaba de lo lindo invitándome a bajar la ventanilla y respirar aire puro.
Constantina espera al visitante con su castillo observándolo todo, con una mezcla diferente del jaleo de sus gentes en la mañana de un lunes cualquiera y con el sello inconfundible de pueblo de sierra, que cuenta con oficina de información de turismo, con albergue juvenil, o con unas pocas de rutas de senderismo por el parque que comienzan en el mismo centro del pueblo.
Mi destino estaba cerca, y tras continuar rodando por la A-456 durante algunos kilómetros, tomé la comarcal SE-163 hasta llegar al indicador de “Cerro del Hierro”, un kilómetro y medio después entraba en el pequeño poblado de poco más de cien habitantes y que recuerda la disposición arquitectónica de su pasado inglés en sus apenas dos calles y plaza central. En la explanada de la antigua cantina, donde ahora hay un parking, dejé el coche para comenzar a caminar a través de la senda que lleva desde el pequeño poblado hasta las minas de hierro. Todo estaba desierto en el poblado, como si las pocas familias que residen allí estuviesen ausentes. Tras orientarme por las señales que marcan la senda de vía verde, comencé a ascender por un sendero que llevaba hasta las minas. Fue entonces cuando me crucé con un hombre mayor, supongo que andaba cerca de los ochenta años, y con él conversé un ratito. Tiempo en el que me explicó con melancolía el pasado de aquel lugar.
Más de sesenta años llevaba residiendo allí, en el poblado, desde que llegó con catorce años fue minero hasta que a mediados de los ochenta la mina cerró.
-“Ya no era rentable, costaba más mandar el hierro a Valencia que lo que les costaba traerlo de fuera”. Esto viene de los romanos, y los moros, pero los que les dieron vida a toda esta zona fueron los ingleses, luego pasó por manos de una compañía de Santander y acabó la cosa con los de aquí. Y ahora ya nada, con lo del turismo, viene gente, pero esto es una pena, y mira que ahí hay hierro todavía pero esto ya no lo quiere nadie. Aquí llegué con catorce años, aquí he vivido toda mi vida, y aquí espero el día de irme para abajo”
La charlita con aquel abuelete con bastón en mano fue muy agradable. En pocos minutos me adentraba en el mundo de aquella mina de hierro a cielo abierto que a través de los años ha ido moldeando un paisaje particular, diferente al de otras minas a cielo abierto que yo haya podido ver. También me ubicaba y señalaba dónde estaban las casa de los ingenieros ingleses, la iglesia inglesa del poblado, las escombreras, las cuadras de los mulos que servían para acarrear el hierro hasta las torvas donde se cargaban los vagones de los trenes que transportaban el hierro hasta el Puerto de Sevilla. Su mirada melancólica y eterna mostraba un tiempo de abundancia y de duro trabajo.
Luego, y tras despedirme agradecido de él, comencé un recorrido por las sendas que llevan hasta las entrañas de la antigua mina, paseando por el laberinto de lápices y agujas que forman las rocas de caliza, formaciones kársticas bajo las que se esconden las minas. La soledad del lugar, las ráfagas de viento, las aves y pajarillos que habitan el entorno, las perforaciones a cielo abierto con túneles que comunican unas con otras, el color rojizo de la tierra decorada de una especie de moho natural… Y todo ello en plena Sierra Morena, en pleno pulmón de Sierra Morena.
Tras pasear y disfrutar del entorno volví al poblado con la intención de refrescarme en la cantina. Pero estaba cerrada, con lo que tuve que hacerlo en una fuente en la plaza, donde dos mujeres mayores charlaban a la par que tendían la ropa, mostrando así las únicas señales de humanidad  que pude encontrar.
Tras un par de horas retrocediendo en el tiempo a la par que trapicheando por allí, tomé nuevamente dirección a Lora del Rio, luego en lugar de buscar la A-4 para volver por el camino andado en la ida tomé la antigua Nacional Sevilla-Córdoba o A-431 dirección Palma del Río, pasando por El Priorato, Vegas de Almenara (donde entré para visitar el pequeño poblado), y Peñaflor hasta llegar a Palma del Río, donde sus campos de naranjos me señalaban que iba por el camino indicado. El paisaje ya había cambiado considerablemente, atrás quedaba la sierra, ahora andaba por la Vega del Guadalquivir y aún quedaría la Campiña cordobesa a mi paso por La Carlota, la Aldea Quintana o San Sebastián de los Ballesteros, hasta llegar a Montilla, disfrutando así de un lunes cualquiera de primavera en la Andalucía interior al amparo del gran Rio Guadalquivir.

Notas:
MontillaConstantina 136 Km.
Por La Rambla, Ecija, La Campana y Lora del Río

Por Palma del Rio, La Carlota, La Rambla

Sierra Morena Atlántica.
Dehesas de Sierra Morena
Extensión. 177.484 ha. Compuesto por diez municipios


Minas del Cerro del Hierro (Monumento Natural de Andalucía)
Explotación.
William Baird Mining and Co. Ltd (Glasgow): 1893-1946
Nueva Montaña Quijano (Santander): 1946-1970
Cerro del Hierro S.A.: 1970-1978
Cooperativa Minera Cerro del Hierro: 1980-1985
(www.minasdesierramorena.es)

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