Relato del Quijote, por Ángel Márquez

QUIJOTE: Querido Sancho, creo que en esta villa se nos va a presentar quizás la mayor aventura que llevamos sobre nuestros costados.
SANCHO: Deje vuesa merced tranquilos los costados, que ya llevan su carga completa y lo mismo no pueden con más carga.
Q: ¡Ay, ay! Sancho tú siempre tan idealista. Ante la vista de esta villa que tenemos frente a nosotros, ante este verdor de sus viñas que le dan una luz especial a nuestros ojos, no cabe duda que se nos presentará una aventura que quedará escrita y será la que más fama nos dará.
S: Cada vez que una aventura nos da fama, ésta lleva siempre unos regalos que no me agradan, y además le diría a vuestra merced que lo escrito, bien escrito está, y no le falta de nada y aún menos necesita añadirle nada nuevo.
Q: Sancho, cada día que nace es nuevo y el amor a mi amada y sin par Dulcinea nace nuevo cada día y tengo que alimentarlo de hazañas, gestos y aventuras. Quiero también confesarte, Sancho, que en esta villa estuvo mi creador por imperativos de su oficio de cobrador de impuestos. No me explico cómo con este oficio, con su manquería, con su carácter tan serio y todo lo que le pasó en su vida, no sé en que manga guardaba su fino humor. Quizás esta villa nos dé alguna solución a estas preguntas. Te recuerdo que en este año se celebra el cuatrocientos aniversario de su muerte y del nacimiento de su fama… ¿Sabes, Sancho, que nosotros no tendremos nunca ese privilegio? Quizás este es el defecto de la inmortalidad, que es muy larga.
S: Por eso nuestras acciones debemos realizarlas pausadamente, que tenemos todo el tiempo del mundo mientras no les den por quemar los libros.
Q: Tranquilo Sancho, que si eso sucediera nuestras gestas son tan grandes que se podrían leer incluso en las cenizas; pero entremos en esta villa de Montilla y busquemos los lugares que don Miguel visitó y así recordaremos el cuarto centenario de su muerte.
A la entrada de la villa se encontraba el mesón de Las Camachas. Este nombre le era muy conocido a Don Quijote, pues don Miguel, en esta villa, había escrito sobre la vida de una mujer, “La Camacha”, que poseía conocimientos, poderes y sabiduría avanzados a la época que le tocó vivir y que la Inquisición los llamaba brujería. Entraron en el mesón ahora denominado con el nombre rimbombante de restaurante Las Camachas. Don Quijote en su larga vida había visto de todo y casi nada le extrañaba. Tampoco a los comensales y bebedores les extrañaba la vestimenta de Don Quijote, tan ocupados como estaban con unos granos grandes y negros que tenían pegados a las orejas.
Q: Sancho, pide lo que quieras. Tiene fama esta villa de un vino que dicen que es único en el mundo y casi únicos sus efectos.
Sancho se fue a la barra de madera y pidió…
S: Póngame un vino.
MESONERO: ¿Fino?
S: No, un vino.
M: Le digo que si quiere vino fino o…
S: Si tiene vino gordo me lo pone gordo, que esta alcancía necesita mucha materia para llenarla.
El mesonero le puso una copa de vino. La cara de Sancho era un poema pensando que el número de copas seria infinito para llenar su alcancía.
S: ¿No tiene jarras de vino?
El mesonero le puso la jarra de vino. A la quinta jarra, la cara de Sancho era un poema bueno. La alegría se le desbordaba por todos los poros; comenzó a hablar con una sabiduría que se diría que él mismo creó a don Miguel de Cervantes. Don Quijote, ante las palabras y sabiduría de Sancho, quedó mudo. Acertó solamente a preguntarle qué le pasaba.
S: Don Quijote, he descubierto el secreto donde don Miguel guardaba su humor y su sabiduría. Está en este vino o pócima. Creo que Las Camachas tuvo algo que ver en crear esta maravilla. Vuestra merced sabe que he bebido toda clase de vinos, pero este es el único que lo he vivido y quisiera que vuestra merced lo bebiera.
Don Quijote no alcanzó la cantidad de jarras de Sancho, pero con algunas en su flaca alcancía y cerebro comenzaron a hacerle el mismo efecto que a Sancho.
Q: Sancho, don Miguel venía a esta villa a beber vino; a tomar esta fuente de salud, creo que cobrar impuestos era la excusa para venir acá. Otra cosa que observo es que en este lugar las mujeres tienen casi la misma belleza que mi amada Dulcinea – pasaba en este momento una gran moza –. Sancho, este vino tiene algo de brujería, porque estoy viendo muchas Dulcineas y esto me puede trastocar los sesos.
S: Confórmese vuestra merced con que solo le trastoque el sexo.
Q: Mi buen amigo Sancho, entremos a la villa, quiero saber más cosas de mi mentor.
Llegaron al centro de la villa y descabalgaron frente a un edificio donde se encontraba el ayuntamiento.
 Q: Sancho, hace más de cuatrocientos años este edificio era un hospital y aquí don Miguel escribió una gran novela, El Coloquio de los perros, en la que le dio el don de la palabra a los perros Cipión y Berganza. En ella se cuenta la vida de las tres mujeres que tomaron por brujas: La Camacha, La Montiela y La Cañizares, que en realidad eran unas mujeres sabias y con poderes, pero la Inquisición no quería competencia en su poder. Sin embargo, don Miguel, con esta novela ejemplar, dio fama universal a Las Camachas. Seguro, Sancho, que en los brebajes que preparaban, el vino no faltaría ni a ellas ni a sus pócimas.
S: Con este vino no es difícil ser un genio, ni sabio, ni político.
Q: Si es así como dices, los políticos de nuestros días aún no lo han probado.
S: ¿Sabe vuesa merced si Cipión y Berganza tuvieron descendencia?
Q: Creo que sí, que algunos tuvieron y, lo que es más importante, si don Miguel les dio el don de la palabra, La Camacha convirtió a sus descendientes en personas. Se dice que son muy inteligentes, pero feos, y que les gusta una bebida muy rara que llaman cerveza. ¡Cómo me gustaría encontrarme con alguno de ellos! Seguro que enfrente tendría una gran aventura.
Q: ¿Has observado, Sancho, cómo camina y actúa la gente? En estos años, cuánto ha cambiado todo; las personas andurrean con esos granos en las orejas o mirando hacia el suelo, cuando yo siempre he mirado hacia la luz. No sé, Sancho, ni si quiera nuestra presencia les hace admiración ni risa; creo sinceramente que algo está cambiando.
S: No se lamente vuesa merced, reconozca que por los muchos años que llevamos de vida y aventuras y los cuatrocientos años de alejamiento de don Miguel, hasta nuestro lenguaje está más flaco que Rocinante. Acéptelo como cosa normal.
Q: No, Sancho, habrá cambios pero no aceptaré la vulgaridad como ideal; antes la muerte que aceptar a ésta.
S: Pasando a otro tema, me han comentado que por aquí cerca hay un mesón que lleva su nombre. Seguro que habrá vino que las divinidades han puesto en esta villa. Vamos, bebamos y vivamos.
Q: Bebamos, Sancho, vivamos.

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