Un año más. Una española en Londres, por Elena Soria López

Principios de enero de 2015. Cuando todo el mundo padecía el síndrome postvacacional tras Navidades, una estudiante de cuarto año de carrera reflexionaba en su habitación de Córdoba sobre su futuro. Estaba a tan sólo unos meses de su graduación, por lo que la inquietud y nervios de final de curso invadían su mente sin dejarla pensar con claridad. Fruto de esa reflexión nació un artículo titulado “Cerrando Etapas”, que versaba sobre el comienzo de nuevas fases y la toma de decisiones.
Principios de enero de 2016. Una estudiante, en este caso de máster, escribe delante de su ordenador un artículo para la misma revista con la que colaboró el año anterior. Este año su ciudad es otra: Londres. Sí, esa ciudad conocida por la lluvia, el típico plato de fish and chips y los verdes parques que se confunden con pequeños bosques. Esa ciudad en la que últimamente todo el mundo tiene algún familiar o conocido viviendo.
Como muchos otros españoles, con los que intercambio miradas de complicidad cada vez que nos cruzamos (no importa dónde vayas ni cómo seas, los españoles tenemos un sexto sentido para reconocernos), Londres nos ha ofrecido un sitio en el que vivir, oportunidades de futuro y, por qué no mencionarlo también, un bolsillo medio vacío.
Ganarse la vida fuera de nuestro país no es algo nuevo, pero es una salida a la que muchos jóvenes hemos tenido que recurrir durante estos últimos años. Es una experiencia digna de ser vivida, siempre teniendo en cuenta que hay que sopesar las consecuencias y tenerlo muy claro. Londres es uno de los principales destinos, quizás porque reúne todos los ingredientes para hacerla un lugar adecuado para distintas necesidades.
Las ventajas de vivir en esta urbe son muchas, aunque no cabe duda de que el día a día de un español en Londres es cuanto menos relajado y fácil. Primero, los precios de los alquileres están por las nubes. Encontrar trabajo es relativamente fácil pero, a cambio, hay que dar muchas horas para poder pagar el alquiler y todos los gastos derivados. El transporte, sumado a que las distancias son muy grandes, es decir, para ir al centro se tarda aproximadamente una hora, también influye mucho en la rutina diaria. Sin embargo, al pasar una temporada viviendo aquí te das cuenta de todo lo que tiene que ofrecer y, de algún modo, es una ciudad que, a pesar de la prisa y los precios exorbitados, se echa de menos una vez que se deja. Su oferta cultural, sus típicas casas o los pintorescos barrios que la conforman dejan huella. Incluso la ilusión de ver el sol tras largos días bajo espesas capas de nubes.
¿Pecamos de ingenuidad al pensar que encontraremos en esta ciudad lo que estábamos buscando? ¿Elegí la mejor opción que se me presentó? La verdad que, hoy por hoy, no me imaginaría haciendo otra cosa, ni en otro lugar. Lo que sí tengo claro es que esta experiencia sin fecha de regreso me está aportando mucho. Me gustaría acabar con una nota positiva para los que de nuevo estén en esta situación. Nos equivoquemos o no, siempre hay tiempo de tomar otro camino. Las puertas de casa siempre estarán abiertas. Además, como leí hace poco, nada arruinará más tus veinte años que pensar que deberías tener tu vida planeada a estas alturas. Es algo que deberíamos recordar más a menudo. Hasta la próxima.

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