Amigo Berganza, esta querida tierra nuestra ha visto pasar de largo esas oportunidades de las que hablas rumbo a Cataluña, al País Vasco, Madrid, e incluso allende nuestras fronteras, a Francia, Alemania, México, Argentina, etc., lugares todos ellos a los que nuestra mano de obra se vio tentada a emigrar para hacer de esas regiones zonas más prósperas industrial, económica y, por qué no, culturalmente. ¿Cuáles son esas oportunidades que han favorecido durante décadas el enriquecimiento cuanto menos poco legítimo de esos lugares y, al tiempo, un empobrecimiento de una Andalucía que ha permanecido abocada al campo, a la minería y a la pesca, actividades dignas, pero extraordinariamente duras, con las que difícilmente han subsistido nuestras familias?
¿Oro y plata? ¿Revolución industrial? Los mandamases que nos han regido política y económicamente a lo largo de siglos, llámense reyes, caciques, terratenientes, presidentes de la Junta, han desdibujado cualquier esperanza que pudiera dibujarse en el horizonte de Sierra Morena o del Estrecho. Estos cleptócratas han sometido a los andaluces siglo tras siglo y, aún hoy, sufren una suerte de opresión, que muchos achacan maliciosamente a la ociosidad de su gente. Basta poner las noticias sobre los múltiples casos de corrupción que asolan Andalucía gracias a los cuales una oligarquía perversa se ha enriquecido con el dinero de todos. No se trata solo de un punto de partida, es un punto del que Andalucía no se ha apartado un ápice, es el fulcro de una balanza que, se incline hacia donde se incline, solo sirve de apoyo para quienes han de hacer que esta tierra avance, o más bien de pretexto para vivir mejor a costa del sometimiento intelectual, del adoctrinamiento y, ahora muy especialmente, del populismo que propugna cierta parte de la clase política, cuya razón de ser es o debiera ser precisamente despertar al pueblo adormecido.
¡Menuda paradoja lo del turismo y la emigración! Es sorprendente que se siga relacionando el turismo de los 60 (gracias Sr. Fraga, siempre le estaremos agradecidos por su labor al frente del ministerio) con el despegue económico de Andalucía si tenemos en cuenta que la mayor parte del turismo procedía del extranjero —qué momentos nos ha dado el cine que lo ponen de relieve, ¿verdad, Alfredo Landa? En esos años los andaluces no eran turistas, eran camareros que trabajaban de sol a sol por un mísero sueldo que en poco contribuía a la economía doméstica. Y la emigración… ¡otra paradoja! Si muchos jóvenes tuvieron que ir a buscar fuera lo que en su tierra nadie les ofrecía es probablemente porque abundaban carencias y penalidades.
Es más que evidente que la situación actual de Andalucía dista mucho de la de antaño, pero no es justo que se llene la boca a los gobernantes que piensan como tú al comparar con los países más prósperos de Europa una tierra en la que los jornaleros se ven obligados a ocupar el campo para cultivarlo. No es justo que se culpe a los andaluces de la desidia de sus gobernantes, del desdén con el que se les ha tratado, ni de la deuda histórica que ha mantenido a Andalucía en el vagón de cola de España y, por ende, de Europa. No es justo que los cambios sociales y políticos no hayan logrado una clase media —tan cacareada por otra parte— robusta y un tejido empresarial con potencial para crear empleo. Todos estos esfuerzos han resultado manifiestamente insuficientes para sacar a Andalucía del atolladero en el que lleva sumida demasiado tiempo y del que los andaluces intentan salir con ímprobos esfuerzo. No es justo.
¿Oro y plata? ¿Revolución industrial? Los mandamases que nos han regido política y económicamente a lo largo de siglos, llámense reyes, caciques, terratenientes, presidentes de la Junta, han desdibujado cualquier esperanza que pudiera dibujarse en el horizonte de Sierra Morena o del Estrecho. Estos cleptócratas han sometido a los andaluces siglo tras siglo y, aún hoy, sufren una suerte de opresión, que muchos achacan maliciosamente a la ociosidad de su gente. Basta poner las noticias sobre los múltiples casos de corrupción que asolan Andalucía gracias a los cuales una oligarquía perversa se ha enriquecido con el dinero de todos. No se trata solo de un punto de partida, es un punto del que Andalucía no se ha apartado un ápice, es el fulcro de una balanza que, se incline hacia donde se incline, solo sirve de apoyo para quienes han de hacer que esta tierra avance, o más bien de pretexto para vivir mejor a costa del sometimiento intelectual, del adoctrinamiento y, ahora muy especialmente, del populismo que propugna cierta parte de la clase política, cuya razón de ser es o debiera ser precisamente despertar al pueblo adormecido.
¡Menuda paradoja lo del turismo y la emigración! Es sorprendente que se siga relacionando el turismo de los 60 (gracias Sr. Fraga, siempre le estaremos agradecidos por su labor al frente del ministerio) con el despegue económico de Andalucía si tenemos en cuenta que la mayor parte del turismo procedía del extranjero —qué momentos nos ha dado el cine que lo ponen de relieve, ¿verdad, Alfredo Landa? En esos años los andaluces no eran turistas, eran camareros que trabajaban de sol a sol por un mísero sueldo que en poco contribuía a la economía doméstica. Y la emigración… ¡otra paradoja! Si muchos jóvenes tuvieron que ir a buscar fuera lo que en su tierra nadie les ofrecía es probablemente porque abundaban carencias y penalidades.
Es más que evidente que la situación actual de Andalucía dista mucho de la de antaño, pero no es justo que se llene la boca a los gobernantes que piensan como tú al comparar con los países más prósperos de Europa una tierra en la que los jornaleros se ven obligados a ocupar el campo para cultivarlo. No es justo que se culpe a los andaluces de la desidia de sus gobernantes, del desdén con el que se les ha tratado, ni de la deuda histórica que ha mantenido a Andalucía en el vagón de cola de España y, por ende, de Europa. No es justo que los cambios sociales y políticos no hayan logrado una clase media —tan cacareada por otra parte— robusta y un tejido empresarial con potencial para crear empleo. Todos estos esfuerzos han resultado manifiestamente insuficientes para sacar a Andalucía del atolladero en el que lleva sumida demasiado tiempo y del que los andaluces intentan salir con ímprobos esfuerzo. No es justo.
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