Me van a permitir iniciar esta disertación con una disculpa. Pido perdón por haber tardado tres meses en vomitar mi particular réplica a quienes se saben dueños de la verdad en época electoral. Y es que, en política, como en tantos otros sectores de la España del siglo XXI, a veces no se ve más que la paja en el ojo ajeno. Para todos aquellos pajilleros mentales que cada cuatro años intentan mermar nuestros cerebros a base de patrañas y manipulaciones, me despojo del bozal que lastra mi suerte desde las últimas elecciones.
Y es que, en plena campaña electoral para los comicios locales durante los pasados meses de abril y mayo, podíamos ver cómo proliferaban estólidos seres que, a base de torticeras notas de prensa o fastuosos reportajes, se esforzaban por desdibujar al político de turno -de turno contrario, por supuesto- para encumbrar al oponente. Todo ello amenizado con la correspondiente dosis de odio, rencor y, por qué no decirlo, fantochismo pueril. Tontivanos escondidos tras una línea editorial que se desconfigura al más mínimo contratiempo.
Pero no sólo de cantamañanas vive el debate político actual. En Montilla, mi amada Montilla, pude retorcerme desde mi eterno lecho al ver cómo se repetía la misma historia de pasados lances: misiles de estiércol y balas de morralla lanzados de un bando a otro -bandos, a estas alturas…- con la única intención de destruir al oponente y enterrarlo, literalmente, en mierda. Y no siempre mierda política… Por supuesto, en medio, como siempre, el ciudadano. Aquel que lo único que desea es el bien del pueblo, viendo cómo quienes deben gestionar ese bien descansan durante unos meses para vomitar rencores y reproches al vecino.
No. Algo falla… El populacho no es tan cenutrio para no ver que todo es un montaje. Todos los que nos gobiernan y los que viven de ello hacen cada cuatro años un paréntesis en sus ocupaciones para dispararse con esas pistolas de inmundicias. Se convierten en niños pequeños berreando atención y alegando siempre el “y tú más” o aquello de “ellos empezaron primero”. Pero Montilla no puede ser tan cazurra. El reproche y los disparos de mierda no pueden valernos cuando después de la batalla terminan la guerra echando unas risas en la taberna. Gobiernen, miserables, y déjense de balones en el tejado del otro. Ya sabemos que no es más que postureo político. Compartan el medio de fino antes de la batalla y líbrennos a todos de caer en la tentación del falso reproche.
Políticos, periodistas, gurús. Todos ellos conformando un circo mediático que, si en Telecinco queda divino de la muerte, en Montilla Televisión no entra. Ni con mis mejores conjuros… Jamás usaré la hechicería para posibilitar que se haga daño a las familias de quienes se dejan la piel por dar un poco de dignidad a su pueblo. Pero que pongan ellos de su parte y dejen las pistolas, que un día me despierto con el alma del revés y me pongo a conjurar soeces.
En mis tiempos terrenales, las guerras en política eran reales. Las balas no ensuciaban ni los cañones sacaban trapos sucios. Las guerras mataban. No jueguen a eso en esta época. No ensucien Montilla. No jueguen a juzgar al contrario sin condenar antes sus propios pecados. Súbanse al mismo barco, ocupen cada uno su flanco, si lo desean, pero remen todos al mismo tiempo y con fuerza. Verán como dentro de cuatro años, en vez de mierda, pueden disparar confeti.
Y laven en su casa los trapos sucios antes de enmierdar los del vecino. Que en Montilla, todo se sabe…
Y es que, en plena campaña electoral para los comicios locales durante los pasados meses de abril y mayo, podíamos ver cómo proliferaban estólidos seres que, a base de torticeras notas de prensa o fastuosos reportajes, se esforzaban por desdibujar al político de turno -de turno contrario, por supuesto- para encumbrar al oponente. Todo ello amenizado con la correspondiente dosis de odio, rencor y, por qué no decirlo, fantochismo pueril. Tontivanos escondidos tras una línea editorial que se desconfigura al más mínimo contratiempo.
Pero no sólo de cantamañanas vive el debate político actual. En Montilla, mi amada Montilla, pude retorcerme desde mi eterno lecho al ver cómo se repetía la misma historia de pasados lances: misiles de estiércol y balas de morralla lanzados de un bando a otro -bandos, a estas alturas…- con la única intención de destruir al oponente y enterrarlo, literalmente, en mierda. Y no siempre mierda política… Por supuesto, en medio, como siempre, el ciudadano. Aquel que lo único que desea es el bien del pueblo, viendo cómo quienes deben gestionar ese bien descansan durante unos meses para vomitar rencores y reproches al vecino.
No. Algo falla… El populacho no es tan cenutrio para no ver que todo es un montaje. Todos los que nos gobiernan y los que viven de ello hacen cada cuatro años un paréntesis en sus ocupaciones para dispararse con esas pistolas de inmundicias. Se convierten en niños pequeños berreando atención y alegando siempre el “y tú más” o aquello de “ellos empezaron primero”. Pero Montilla no puede ser tan cazurra. El reproche y los disparos de mierda no pueden valernos cuando después de la batalla terminan la guerra echando unas risas en la taberna. Gobiernen, miserables, y déjense de balones en el tejado del otro. Ya sabemos que no es más que postureo político. Compartan el medio de fino antes de la batalla y líbrennos a todos de caer en la tentación del falso reproche.
Políticos, periodistas, gurús. Todos ellos conformando un circo mediático que, si en Telecinco queda divino de la muerte, en Montilla Televisión no entra. Ni con mis mejores conjuros… Jamás usaré la hechicería para posibilitar que se haga daño a las familias de quienes se dejan la piel por dar un poco de dignidad a su pueblo. Pero que pongan ellos de su parte y dejen las pistolas, que un día me despierto con el alma del revés y me pongo a conjurar soeces.
En mis tiempos terrenales, las guerras en política eran reales. Las balas no ensuciaban ni los cañones sacaban trapos sucios. Las guerras mataban. No jueguen a eso en esta época. No ensucien Montilla. No jueguen a juzgar al contrario sin condenar antes sus propios pecados. Súbanse al mismo barco, ocupen cada uno su flanco, si lo desean, pero remen todos al mismo tiempo y con fuerza. Verán como dentro de cuatro años, en vez de mierda, pueden disparar confeti.
Y laven en su casa los trapos sucios antes de enmierdar los del vecino. Que en Montilla, todo se sabe…
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