La otra Belfast, por Paco Vílchez

El muro de la Paz, The Troubles, los católicos, los protestantes, el I.R.A, el Sinn Fein, Gerry Adams, los acuerdos del Viernes Santo de 1998, el Domingo Sangriento, el Ulster…
Sin duda, algunos de los términos que acabó de mencionar habrán llegado a vuestros oídos. Y también sin duda, entrar a analizar el sangriento conflicto que durante treinta años golpeó a Irlanda del Norte sería muy complicado por mi parte y, quizás, algo cansino para vosotros. Eso sí, dejo un dato: 3.559 muertos.
Así pues, con esos nombres y algunos más, y con esa cifra desoladora llegué a Belfast un viernes a las cinco de la tarde y abandoné la ciudad apenas cuarenta y cinco horas después. Como era de esperar, cuando uno viaja a las tierras del Norte de Europa el clima es hostil y el sol se deja ver poco, en mi caso casi nada. Pero lo que me llevaba hasta Belfast era palpar de primera mano la situación actual. Una mínima toma de contacto, digámoslo así. En mi cabeza no estaba sacar fotos de todo lo que pudiese ver a mi paso, ni tampoco volver con la lista tachada de los lugares turísticos de la ciudad. Mi objetivo era adentrarme en Falls Road, y Shankill Road, y así lo hice, a pie, nada de taxis negros que enlatado te pasean por las dos avenidas llenas de fatídicos y sangrientos recuerdos, y que permiten sacar fotos a diestro y siniestro protegidos por el chasis de los mencionados taxis. Avenidas que guardan muchas similitudes. Semejante es el ancho y en largo de las mismas, de dos carriles, de la arquitectura de sus casas de ladrillos en su mayoría de solo dos plantas. Ambas tienen zonas verdes y preciosas librerías municipales, iglesias, y típicos pub irlandeses. Pero lo que más me llamó la atención, en ambos casos, fue el no encontrar apenas gente transitando por las mismas, y cómo con los pocos que me crucé clavan sus miradas en mí, incluso volviéndose en algunos casos. Y es que, según después me he podido informar, no es nada frecuente que los turistas paseen a pie por las mismas. Pero cuando uno lo hace, las diferencias son notables.
Falls Road y sus alrededores es la zona donde reside la población republicana, los que quieren dejar de pertenecer al Reino Unido y formar parte de la República de Irlanda. En la avenida y sus calles aledañas no faltan las banderas de Irlanda, los jardines y monolitos que rinden recuerdo a los fallecidos y por supuesto los murales a favor de la causa y en contra de la opresión británica. En la otra avenida, Shankill Road y sus alrededores, los residentes se enorgullecen de pertenecer al Reino Unido y así lo hacen ver también en los murales y llenando de banderas británicas toda la avenida, al más puro estilo de guirnaldas que unidas de farola en farola dan un toque particular al lugar. El ritmo en ambas avenidas es pausado, tranquilo, como digo impregnado de ausencia de lugareños, solo los coches que las recorren de arriba abajo y los comercios, también casi desiertos, dan pistas de que ambas avenidas están llenas de vida. Mi sensación es simple, a mi entender, rotunda. Los acuerdos del Viernes Santo sellaron la paz entre ambos bandos, pero en realidad la brecha sigue abierta. Respiré un ambiente hostil, lleno de resentimiento y desconfianza. Y si queda alguna duda sólo hay que levantar la vista y echarle una ojeada al muro reforzado con alambre de espino que separas a las dos avenidas.
Y es que el recuerdo de 3.559 muertos de todas las edades en infinidad de atentados, caídos en ambos bandos, es el auténtico muro que aín tiene que derrumbar la sociedad norirlandesa.

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