Sin bozal: esta España mía, esta España nuestra, por Leonor Rodríguez, "La Camacha"

Hubo un tiempo, hace más de cuatrocientos años, cuando mi ser de carne y hueso habitaba en Montilla y por sus calles deambulaban los canes Cipión y Berganza, cuando un tal Miguel de Cervantes nos hacía aparecer en las páginas de sus Novelas Ejemplares, en que, a quien como yo buscaba en la naturaleza explicaciones y soluciones a lo que nos rodeaba, experimentaba e investigaba nuevos métodos y procedimientos, se nos tildaba de brujas y hechiceros, de adoradores del diablo y nigromantes, se nos mandaba a la Inquisición para ser torturados, azotados, vejados y, en el peor de los casos, quemados en la hoguera.
Los pícaros e hidalgos, los nobles y religiosos, los que conocían y se aprovechaban del sistema en su propio beneficio, sin otro afán que mejorar su particular y restringido universo, nunca solían terminar en esas mazmorras del Santo Tribunal ya que rara vez trataban de trastocar los principios y saberes inamovibles de los poderosos.
Ahora, en el siglo XXI, en el que me invocan una vez más desde otro Coloquio de los Perros, descubro que ya no se quema físicamente a nadie en la hoguera, aunque existen unos inventos demoníacos, estos sí, llamados medios de comunicación y redes sociales, que lo pueden hacer más que figuradamente. Compruebo que los pícaros e hidalgos, los nobles y religiosos, incluso los de la realeza, siguen igual de impunes y con las mismas costumbres, aunque las vistan de tarjetas black, cajas b, oscuras subvenciones y ERES, bigotudas correas, babélicas y púnicas operaciones, abusos nazaríes o cacerías de proboscídeos bicornios.
A quienes buscan los arcanos ocultos de la filosofía natural ya no los llaman brujos o hechiceros, ahora les dicen científicos. Es más, no los mandan a visitar los potros de tortura de la Inquisición; ahora los castigan, cuan modernos Sísifos, a empujar cuesta arriba la piedra de la investigación como becarios malpagados, condenados después a ver rodar sus descubrimientos ladera abajo en forma de recortes presupuestarios y voluntarios destierros a otras tierras donde se les valore mejor.
En mi época corpórea, los jóvenes sin formación ni futuro en su tierra se iban en busca de fortuna a hacer las Américas como conquistadores y aventureros, a enviar cargamentos de oro y plata hacia Sevilla que, tan pronto como llegaban, se iban hacia guerras europeas y bolsillos de poderosos malandrines. En este nuevo milenio que contemplo, los jóvenes con formación pero el mismo escaso futuro en su tierra son los que marchan a Europa, de donde ahora vienen los recursos en forma de subvenciones y ayudas a la cohesión para volver a terminar en paraísos fiscales en los bolsillos de poderosos malandrines.
Han pasado casi cuatrocientos años desde mi muerte hasta mi resurrección en las páginas de este Ladrío, pero sigo reconociendo a esa España que conocí, con sus mismas miserias y penurias, con los mismos rufianes, con el mismo desapego hacia sí, con las mismas gentes adormecidas, embrutecidas, empobrecidas y pisoteadas por quienes las manejan, preocupadas tan sólo de las nuevas guerras de religión futbolísticas.
Lo único que no encuentro, y buen filón que tendría, es a otro Miguel de Cervantes que sepa retratarlo con acidez e ironía.

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