Pese a que estamos en una “sociedad moderna” y “avanzada” aún nos encontramos situaciones realmente inaceptables, y creo que la quincuagésima revista El Ladrío es el lugar perfecto para compartir algunas. Porque no solo de cultura vive el hombre, sino que es necesaria la dignidad, y no solo el hombre tiene que vivir, sino también la mujer.
El amor mueve los matrimonios, se acabó el interés, el dinero y el buen apellido, pero solo para algunos países, porque en otros como en Kirguizistán (una república democrática, y es que a cualquier cosa hoy en día se llama democracia), si a un chico le gusta una mujer, solo tiene que secuestrarla. Y si consigue pasar la noche con ella (en el mismo domicilio, no es necesario ningún acercamiento de índole sexual), habrá boda. La suelen llevar a casa de la familia del secuestrador, allí la dejarán custodiada por la “suegra” y el resto de su familia, al principio, si es necesario, maniatada; luego intentarán hacerla entrar en razón. La mayoría de las veces la chica acepta, porque considera perdida su honra al ser secuestrada.
Puede que ni tan siquiera se conozcan, o que el chico haya intentado cortejarla y ella le haya dado un rotundo no, y él no se dé por vencido, e incluso ella puede estar prometida con otro hombre, y el secuestrador interfiera. Si ella se niega, no hay ningún castigo para el secuestrador, no es un delito.
Si esto parece descabellado, no poder elegir con quién compartir tu vida, imagina no poder decidir sobre nuestra propia salud. Y es que en lugares como Nepal, como ya ha denunciado Amnistía Internacional, la discriminación de género se hace patente en la salud.
El prolapso uterino (desplazamiento del útero muy doloroso) afecta a buena parte de la población femenina nepalí, causado por alumbrar de cualquier forma: el padre de familia no ve necesario llevar a la mujer a un hospital, el dinero es mejor gastarlo en otras cosas, o porque la mujer ha dado a luz a edades muy tempranas, siendo prácticamente niñas.
Algunas ONG’s se encargan de operar de forma gratuita, pero los maridos se niegan, porque quieren tener más hijos, o simplemente no quieren que sus mujeres pierdan días de trabajo mientras están convalecientes, o por el hecho de que no examinen a “su” mujer.
Los atropellos que sufren las mujeres no tienen parangón, y no solo hay que irse a estos extremos, los roles femeninos siguen estereotipados. Cierto que para algunas sociedades la mente se va ensanchando, pero para otras aún queda mucho que recorrer; como España, en la que las grandes decisiones siguen siendo de hombres. Por muchas leyes de paridad que se hagan, por muchos 40/60 que se calculen, tenemos que acudir a las raíces, a la educación, para terminar con el estigma de nuestra sociedad (y de muchísimas) que es la Violencia de Género para que no haya una próxima “la maté porque era mía”
Fácil de decir, y muy difícil de conseguir, pero está a la mano de todos nosotros saber colocarnos en el mismo lugar.
El amor mueve los matrimonios, se acabó el interés, el dinero y el buen apellido, pero solo para algunos países, porque en otros como en Kirguizistán (una república democrática, y es que a cualquier cosa hoy en día se llama democracia), si a un chico le gusta una mujer, solo tiene que secuestrarla. Y si consigue pasar la noche con ella (en el mismo domicilio, no es necesario ningún acercamiento de índole sexual), habrá boda. La suelen llevar a casa de la familia del secuestrador, allí la dejarán custodiada por la “suegra” y el resto de su familia, al principio, si es necesario, maniatada; luego intentarán hacerla entrar en razón. La mayoría de las veces la chica acepta, porque considera perdida su honra al ser secuestrada.
Puede que ni tan siquiera se conozcan, o que el chico haya intentado cortejarla y ella le haya dado un rotundo no, y él no se dé por vencido, e incluso ella puede estar prometida con otro hombre, y el secuestrador interfiera. Si ella se niega, no hay ningún castigo para el secuestrador, no es un delito.
Si esto parece descabellado, no poder elegir con quién compartir tu vida, imagina no poder decidir sobre nuestra propia salud. Y es que en lugares como Nepal, como ya ha denunciado Amnistía Internacional, la discriminación de género se hace patente en la salud.
El prolapso uterino (desplazamiento del útero muy doloroso) afecta a buena parte de la población femenina nepalí, causado por alumbrar de cualquier forma: el padre de familia no ve necesario llevar a la mujer a un hospital, el dinero es mejor gastarlo en otras cosas, o porque la mujer ha dado a luz a edades muy tempranas, siendo prácticamente niñas.
Algunas ONG’s se encargan de operar de forma gratuita, pero los maridos se niegan, porque quieren tener más hijos, o simplemente no quieren que sus mujeres pierdan días de trabajo mientras están convalecientes, o por el hecho de que no examinen a “su” mujer.
Los atropellos que sufren las mujeres no tienen parangón, y no solo hay que irse a estos extremos, los roles femeninos siguen estereotipados. Cierto que para algunas sociedades la mente se va ensanchando, pero para otras aún queda mucho que recorrer; como España, en la que las grandes decisiones siguen siendo de hombres. Por muchas leyes de paridad que se hagan, por muchos 40/60 que se calculen, tenemos que acudir a las raíces, a la educación, para terminar con el estigma de nuestra sociedad (y de muchísimas) que es la Violencia de Género para que no haya una próxima “la maté porque era mía”
Fácil de decir, y muy difícil de conseguir, pero está a la mano de todos nosotros saber colocarnos en el mismo lugar.
Comentarios