Con motivo del número 50 de la revista El Ladrío, los cuatro presidentes que la Asociación Cultural El coloquio de los perros ha tenido desde su fundación, los grandes perros, hacen un repaso a sus respectivos mandatos y a las trayectorias de la revista y de la propia asociación.
En esta ocasión, quien escribe es el Gran Perro III, José Manuel Márquez García, tercer presidente de El coloquio de los perros desde finales de 2003 hasta finales de 2008.
Era una fría y lluviosa tarde de diciembre de 2001. Bueno, ni recuerdo que lloviese ni que hiciese un frío fuera de lo normal, pero empezar con esta frase me permite darle un toque más romántico a algo que no dejó de ser anecdótico por la forma en que se produjo.
Llegaba un servidor a la casa del Gran Perro II, anterior y posteriormente conocido como “mi amigo Salva”, para no recuerdo qué. Lamentablemente, él salía en ese momento a un bar calle arriba a tomar café. No lo quise importunar y comenzaba a despedirme cuando me enumeró la caterva de personajes con los que había quedado, sin darme muchos detalles sobre el motivo de tal reunión de pastores, y me animó a sumarme al cotarro. Éste que les escribe llegó, saludó a todos los presentes (conocidos todos), tomó asiento arrimando una silla de la mesa vacía más cercana, solicitó al camarero un poleo hecho en leche y abrió las orejas para no perder detalle de lo que allí se cocía. Tomó la palabra el Gran Perro I y, con su grácil verbo, dejó bien clara la razón de tal junta: crear una asociación. No recuerdo mucho más, solo que hubo que ir a reimprimir el acta fundacional para que todos los que allí estábamos saliésemos con un cargo bajo el brazo.
Con el paso de los años, algunos perros se han marchado y otros han ido llegando, hemos crecido en número y actividades, hemos conseguido hacer muchísimo con muy poco dinero pero mucho trabajo; hemos reído, poco nos ha faltado para llorar, hemos bebido, comido, viajado, leído, recitado, fotografiado y brindado sin parar.
Llegaba un servidor a la casa del Gran Perro II, anterior y posteriormente conocido como “mi amigo Salva”, para no recuerdo qué. Lamentablemente, él salía en ese momento a un bar calle arriba a tomar café. No lo quise importunar y comenzaba a despedirme cuando me enumeró la caterva de personajes con los que había quedado, sin darme muchos detalles sobre el motivo de tal reunión de pastores, y me animó a sumarme al cotarro. Éste que les escribe llegó, saludó a todos los presentes (conocidos todos), tomó asiento arrimando una silla de la mesa vacía más cercana, solicitó al camarero un poleo hecho en leche y abrió las orejas para no perder detalle de lo que allí se cocía. Tomó la palabra el Gran Perro I y, con su grácil verbo, dejó bien clara la razón de tal junta: crear una asociación. No recuerdo mucho más, solo que hubo que ir a reimprimir el acta fundacional para que todos los que allí estábamos saliésemos con un cargo bajo el brazo.
Con el paso de los años, algunos perros se han marchado y otros han ido llegando, hemos crecido en número y actividades, hemos conseguido hacer muchísimo con muy poco dinero pero mucho trabajo; hemos reído, poco nos ha faltado para llorar, hemos bebido, comido, viajado, leído, recitado, fotografiado y brindado sin parar.
En lo que respecta a mi reinado, me llena de orgullo y satisfacción reconocer que pese a la responsabilidad asumida en uno de tantos peroles con dimisión, gracias al empeño de todos los perros se desarrolló de forma más que digna, permitiéndonos asentar actividades que ya estaban en funcionamiento y mirar hacia el futuro sin miedo a las sombras a las que muchos colectivos acaban sucumbiendo con el paso del tiempo.
Gran Perro I, “el constructor”, y Gran Perro II, “el impulsor”, consiguieron poner en marcha algo grande (al menos para aquellos que lo vivimos desde dentro); y el Gran Perro IV, “el organizador” (alias la Merkel), ha heredado el colectivo en un contexto de crisis que obliga a ajustar las cuentas y a reinventarlo todo para que la cultura siga viva y latente en nuestra ciudad, en nuestro planeta, y en nuestros pequeños mundos personales.Miles de recuerdos: Antonio Jesús cocinando un arroz que luego no probaba, “… y para compensar…”, el entuerto del botellero desaparecido, cá los gualtrapas, comiendo hojaldres de madrugada con los cómicos que participaron en la cata de vino, la prima de Lucas que participó en el concurso de relato, ir a vigilar en las naves de Ciatesa, cuando dibujamos en una sábana vieja la primera pancarta, Rafa Núñez en el local, aquel coloquio en la Casa del Inca en el que la gente se tuvo que sentar en el suelo, …
El coloquio está por encima de nosotros, adaptándose al momento y a las personas que lo formamos. El coloquio mira al futuro con los brazos muy abiertos esperando todo lo que queda por venir, y esperando a todos los que quedan por venir. El Coloquio de los Perros no quiere parar de nadar, porque si no podría hundirse, si os apetece nadar con nosotros ya sabéis dónde estamos.
Yo, que me había pasado a nosequé por la casa de mi amigo Salva, he visto cómo esta asociación ya es parte de mi vida. Sin comerlo ni beberlo, entre los perros he encontrado a muchos más amigos de los que podía esperar, he encontrado satisfacciones culturales y lúdicofestivas, momentos inolvidables, y lo que nos queda…
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