¿Me caso o no me caso?

La próxima edición de Otoño 2014 de la revista El Ladrío, que edita la Asociación Cutural El Coloquio de los perros, será la que haga el número 50 de la misma. Todo un evento que merece un tratamiento especial y una celebración. Una de las formas en que se realizará esa conmemoración es a través de esta web, trayendo al recuerdo algunos de los números y artículos más destacados en estos años.
En esta ocasión, lo hacemos a través de Cipión y Berganza, los protagonistas de la novela ejemplar cervantina que da nombre a nuestra asociación, quienes, allá por Verano 2004, le daban vueltas a si casarse o no casarse. 10 años han pasado ya, y muchos de los socios y socias de El coloquio de los perros han hecho también suyas las reflexiones de uno o del otro.

¡No me caso!, por Cipión
A diferencia de ti, querido Cipión, yo no voy a expresar mi opinión sobre el casamiento y, a excepción de alguna pequeña licencia que espero sepas perdonar, me limitaré a relatar algo de lo mucho que he podido observar en los casamientos, que no han sido pocos, en los que he podido meter mi hocico con una intención bastante más prosaica que la que hoy nos ocupa, y es que si algo tienen estas celebraciones es que sobra comida como para saciarme incluso a mí.
El matrimonio y su ceremonia, como ritual que es, no es ni más ni menos que un símbolo, y como tal, su valor no se encuentra en sí mismo sino en lo que representa, aunque suela ser esto lo que menos se cuida. Pero, a diferencia de otras celebraciones, esta es obligatoria, o casi. Si no lo crees, comprueba lo que ocurre cuando a alguien se le ocurre comentar que existen otras formas de relación y convivencia, diferentes al maridaje. Las miradas y comentarios se agolpan ante tal herejía, no expectantes y con la intención de comprender dichas alternativas, sino censuradoras de tales ideas.
Por si esto fuera poco, ocurre un curioso fenómeno por el cual, tus amigos, familia, desconocidos incluso, se encargarán de recordarte una y otra vez: “¿cuándo te casas?”, a lo que uno se pregunta internamente: “¿cuándo he dicho yo que me caso?”.
Es un momento crítico. Es aquí donde debes elegir, escoger entre la calidez y seguridad que te proporciona el “dejarte llevar” o la soledad y dureza que supone tener un pensamiento diferente al de los demás y la determinación de hacerlo realidad. Si tu prioridad es la comodidad, tu decisión está clara, si por el contrario la autenticidad es para ti una cualidad importante, tampoco tendrás dudas en tu elección.
Si tu decisión es finalmente el casorio, la maquinaria nupcial se activa, y es implacable. Tu opinión no cuenta más que la de cualquier otro (en ocasiones, menos: “véase: padres y madres de los contrayentes”) y dócilmente, comienzas a ver lo suculento y rentable que el negocio, perdón, quiero decir la unión puede llegar a ser.
Conforme se acerca el gran momento la singularidad lo inunda todo. El vestuario es un gran secreto: ¿Irá la novia de blanco hueso o blanco perla?, y el novio, ¿llevará la corbata rosa o amarilla? ¿Habrá marisco en el menú? ¿Sacarán suficiente dinero para pagarse el viaje al Caribe? ¿Se besarán los novios? ¿Cuánto durará la barra libre mientras escuchamos un Bum, Bum, Bum inédito de Bisbal? Pura originalidad.
Si por el contrario crees que las relaciones de pareja, como el resto de las relaciones humanas (y perrunas), solo deben responder a un compromiso entre las personas, que se trabaja y renueva diariamente, si tu respeto por las creencias de los demás te impide participar en algo que no compartes, si el único juramento que estás dispuesto a cumplir hasta la muerte, es el que asegura que una relación se mantiene siempre y cuando ambos sean felices, si te ahoga el “pensamiento único” y crees que merece la pena pensar por uno mismo, BIENVENIDO.

¡Me caso!, por Berganza
Amigo Cipión, todas las ideas revolucionarias atraen en un principio y muchas veces no se reflexiona, si oponerse realmente refleja los ideales propios, o simplemente es una sombra de esta misma imposición social. Sí, es una paradoja que el hecho de oponerse a una tradición sea estar a favor de esta en el mayor y más amplio sentido. Si no, pensemos por un momento en cualquier norma. Siempre tiene que haber alguien en contra, ¿para qué están las normas, si no para saltárselas y demostrarle al resto del mundo que no todas las cosas deben ser así y menos por obligación? Es una lección que el mundo le da al mundo. Cuanto más se empeñen en que algo se tiene que hacer de determinada forma, más opositores surgirán.
¿Por qué no somos más propios, más auténticos y más nosotros? No voy a estar a la sombra de un casamiento para decidir cómo quiero convivir con una persona a la que respeto, admiro y quiero tanto, que entre todos los miles de seres humanos que he podido ver en mis equis años de vida he elegido como compañera, amiga y complemento de mi vida. Pero ese algo tan indescriptible, que por el mero hecho de serlo, no se puede hacer entender a los demás, es tan fuerte, que se quiere pregonar a los cuatro vientos y que tus personas más queridas sepan y participen de tu felicidad que gracias a esa otra es completa. No sé si me he liado, pero si alguna vez has estado enamorado de verdad sabrás perfectamente de lo que hablo.
De acuerdo que el que hoy es el amor de tu vida mañana puede no serlo, pero hoy por hoy, lo darías todo por esa persona, y si apostamos por un absurdo número de la lotería cuánto más no vamos a apostar por “el amor de tu vida”.
Hoy día el casarse no es como antiguamente. Si las cosas cambian y se pierde el fundamento de la unión, se separan y punto, a seguir. Tan sólo hemos de ver a la futura reina de España. Sin embargo, al vivir en sociedad, debe haber algo que nos identifique como miembros de una familia. Ese núcleo tan importante que parece que se está olvidando actualmente. La vergüenza que me da el ver a esos niños educados por la televisión, tirados en la calle hasta las tantas de la madrugada, sin oficio ni beneficio, solo hablando de derechos y nunca de obligaciones. ¿Dónde están esos padres? ¡Que los eduquen en el colegio que para eso están los maestros! Cada vez que escucho esas palabras se me pone el vello de punta. Y preguntarás qué tiene que ver con el matrimonio. Pues mucho. Porque ese papel firmado, que se puede hacer por lo civil o por lo religioso, si se tiene algún tipo de creencia, es la base sólida para el comienzo de una familia. Cada uno ya la desarrollará a su modo y como pareja no debería influir en nada, pero sí en ese nuevo compromiso. Somos seres sociales, con unas normas y leyes que nos permiten vivir en armonía, castigando a aquellos que las incumplen.
Esta es la clave. Creo que nadie podrá discutir la importancia para el individuo de poseer una familia y lo fácil que parece saber quién es. Por el simple hecho de nacer, ya tenemos padre, madre, posiblemente tíos, hermanos, primos, etc. Sin embargo, el comienzo proviene de dos personas que, en un principio, no tienen parentesco ninguno (si no, mal vamos) pero que deciden formar todo este entramado social importantísimo. Lo único que hicieron nuestros antecesores, fue crear leyes para dar consistencia a nuestros cimientos familiares para protegerla, al igual que se ha hecho con muchas cuestiones de esta misma índole como la seguridad ciudadana. ¿Pretendes querido amigo dar un paso atrás en la socialización como hacen esos que se despreocupan de sus familias? Y ojo, sus familias no sólo son los hijos, padres o hermanos, sino su cónyuge, al que debe respetar y querer más que a ninguno, ya que no le viene dado por sangre, sino por decisión propia y por algo indescriptible pero sí sensible.
El resto de las cosas que rodean a la palabra matrimonio me parece algo absurdo y personal de cada dos en el que nadie debería opinar. Yo puedo estar felizmente casado con mi pareja con la que formamos una familia y puedo haberlo hecho en la más estricta intimidad, en Las Vegas, como muy de moda está en la televisión, pagando solo las costas del juez o haciendo una gran fiesta con trescientos invitados en los que solo conozco a la mitad, o simplemente puedo dejarme llevar por lo que se ha hecho hasta ahora porque no conozco otra cosa que me guste más, o incluso intentar hacer un negocio que también es muy respetable, siempre y cuando las dos partes, invitados e invitantes estén de acuerdo, porque por eso somos libres.
Acepto las críticas personales de las bodas de cada uno, incluso de las costumbres de ciertos pueblos o ciudades, cada cual con sus gustos, pero por favor, no demos un paso atrás en algo que más que nunca debemos de luchar por ello, cuidarlo y mimarlo. El cimiento familiar, el Matrimonio.

Comentarios