Dice la RAE que la decepción es el pesar causado por un desengaño, pero es más bien una insatisfacción, la frustración por no ver nuestras expectativas cumplidas. Cuanto más ambiciosas sean nuestras perspectivas de éxito, más probable será caer en un estado de desesperanza. La vida de hombres y mujeres se cimenta en la consecución de pequeños logros; cuando la desmesura nos incita a conseguir metas irrealizables o cuando lo que creíamos real se antoja un mero espejismo, una alucinación, parece que la estructura vital sobre las que nos apoyamos se desmorona. Quizás haya que volver a poner los pies sobre la tierra y plantear las cosas con perspectiva y ciertos tintes de realismo, o de realidad, según se mire, que nos devuelvan a la cotidianeidad de nuestra existencia. Quizás relativizar la importancia de las experiencias vitales ayude a evitar traspiés emocionales de los que más adelante podamos resentirnos.
Sin embargo, las personas, claro está, tampoco podemos vivir en un estado constante de desazón, desánimo, pusilanimidad ni apatía; eso mermaría nuestra capacidad para asumir nuevos retos, afrontar situaciones difíciles, tolerar infortunios o intentar cambiar el rumbo de una vida complicada por los avatares, el devenir o la providencia.
Es una competencia que debemos adquirir como parte de nuestro crecimiento personal: distinguir el éxito del fracaso en el trabajo o los estudios, en las relaciones personales y familiares e, incluso, con nosotros mismos, con nuestro yo interior, nuestra conciencia, nuestra alma. Relativizar la grandeza de nuestros éxitos y la hondura de nuestros fracasos, en eso reside la capacidad de ser felices con lo que tenemos y somos pese al desdén con el que otros nos traten; la capacidad de contentarse con lo que se es difiere sobremanera de la idea de resignación. La resignación es un sentimiento repudiable, como lo son la ambición y la consecuente decepción, incompatible con la felicidad. No se puede ser feliz si llanamente nos conformamos con mantener nuestro statu quo vital; no se puede ser feliz si ambicionamos lo que no está a nuestro alcance al tiempo que ignoramos los instrumentos para lograrlo. La decepción subyace a todos estos estados. Sobreponerse a ellos con altura de miras, conscientes de que volveremos a desengañarnos, disponer los medios para alcanzar metas realizables, aprender de los errores que nos hacen fracasar es la mejor de las lecciones que podemos aprender.
Puede que la decepción sea un sentimiento inherente a la naturaleza humana por el empeño inútil de depositar en otras personas nuestra propia felicidad. Pero en nuestra realidad descontextualizada solo existimos nosotros. Todo lo demás es contexto.
Sin embargo, las personas, claro está, tampoco podemos vivir en un estado constante de desazón, desánimo, pusilanimidad ni apatía; eso mermaría nuestra capacidad para asumir nuevos retos, afrontar situaciones difíciles, tolerar infortunios o intentar cambiar el rumbo de una vida complicada por los avatares, el devenir o la providencia.
Es una competencia que debemos adquirir como parte de nuestro crecimiento personal: distinguir el éxito del fracaso en el trabajo o los estudios, en las relaciones personales y familiares e, incluso, con nosotros mismos, con nuestro yo interior, nuestra conciencia, nuestra alma. Relativizar la grandeza de nuestros éxitos y la hondura de nuestros fracasos, en eso reside la capacidad de ser felices con lo que tenemos y somos pese al desdén con el que otros nos traten; la capacidad de contentarse con lo que se es difiere sobremanera de la idea de resignación. La resignación es un sentimiento repudiable, como lo son la ambición y la consecuente decepción, incompatible con la felicidad. No se puede ser feliz si llanamente nos conformamos con mantener nuestro statu quo vital; no se puede ser feliz si ambicionamos lo que no está a nuestro alcance al tiempo que ignoramos los instrumentos para lograrlo. La decepción subyace a todos estos estados. Sobreponerse a ellos con altura de miras, conscientes de que volveremos a desengañarnos, disponer los medios para alcanzar metas realizables, aprender de los errores que nos hacen fracasar es la mejor de las lecciones que podemos aprender.
Puede que la decepción sea un sentimiento inherente a la naturaleza humana por el empeño inútil de depositar en otras personas nuestra propia felicidad. Pero en nuestra realidad descontextualizada solo existimos nosotros. Todo lo demás es contexto.
Comentarios
Enhorabuena por el artículo a Juan Antonio Prieto.
Un saludo
Miguel López Fernández