"Er fúrbol", por Ana Huete

He escuchado durante muchos años que “er fútbol” o balompié es un gran deporte. Nunca me he acercado con espíritu deportivo a este fenómeno de masas; claro que carezco completamente de ese espíritu. Pero hoy, queriendo cambiar mis prejuicios, voy a intentar remediar esta falta de interés y me dispongo a entender esa pasión que mueve a miles, qué digo miles, millones de personas en el mundo. Desde luego hay que partir de la idea de que tanta gente no puede estar equivocada.
Voy a ver un partido de la selección española. Jugará contra la selección de Alemania. He preparado concienzudamente el escenario y la indumentaria. He enfriado durante todo el día unas quince cervezas y he comprado exquisiteces culinarias de fécula, es decir, unas patatas fritas. También he comprado aceitunas con hueso y aperitivos de queso. Espero que el menú sea apropiado.
La indumentaria he observado que es fundamental. Me he puesto un chándal viejo, que suelo emplear los fines de semana para tirarme en el sofá para estar cómoda mientras no hago absolutamente nada. Nunca practico deporte y mucho menos con esa pinta. Me he calzado unas bonitas deportivas de diseño, no son de mi talla, de modo que no podría ponérmelas ni para sacar la basura, pero tampoco importa porque no tengo que moverme del salón. Pienso estar clavada frente al televisor una hora y media como mínimo, quizás, si empatan, otros treinta minutos y si no resuelven claramente el partido, otros tantos minutos de penaltis. Verdaderamente hay que armarse de paciencia.
Compré una camiseta de la selección, que me costó una fortuna y que debe darle suerte a mi equipo para que venza al enemigo. En el cuello llevo enroscada una bufanda de colores rojo y amarillo, bastante larga, que sinceramente me está produciendo un poco de urticaria, porque es gruesa para las temperaturas de la ciudad de Córdoba, unos cuarenta grados a la sombra. Llevo pintadas unas rayas rojas y amarillas a modo de bandera en las mejillas y en la frente. Menos mal que no espero visita. Y en la mano izquierda porto la bandera de España; es pequeñita y no me ha supuesto demasiada inversión, la adquirí en un chino que hay junto a mi casa. En China fabrican todo tipo de banderas, las vi de unos treinta y dos países diferentes. La mano derecha la tengo que emplear para la cerveza, los aperitivos y para tirarme del pelo cuando le metan algún gol a mi equipo.
Estoy preparada. Empieza el evento deportivo. El campo está a rebosar. En casa yo sola, pero en cada casa debe haber gente como yo apasionada y pendiente de nuestros once patriotas, incluido el portero, al que se le rinde especial devoción. En el otro equipo igual número de jugadores. Son un poco más altos y más serios. El árbitro viste de negro y se pasea, corre, observa, se rasca la pantorrilla; creo que juega, a su manera, un papel esencial. Mientras se pasan la pelota, en pantalones cortos y calcetines largos, yo voy pensando. En realidad, es un juego cómodo para el espectador, si dejas de mirar un rato, no pasa nada, porque todo sigue prácticamente igual. El argumento es bastante sencillo.
Y pienso…Mañana me gustaría preparar un estofado de cordero o quizás unos garbanzos. La lavadora ha terminado el centrifugado, habría que tender la ropa, siempre puedo poner la secadora, claro que con el precio de la luz mejor la tiendo. Debería haber llamado a mi hermana, pero ya es muy tarde. Se me olvidó sacar cita para el médico, a ver si mañana. Tengo que poner al día los papeles para la declaración de la renta. Mañana entro temprano a trabajar, voy a arrastrar el sueño todo el día. Me gustaría ir de vacaciones a Corfú, creo que es una isla encantadora. La ropa de verano del año pasado me queda demasiado ajustada, tendría que haberme puesto a dieta hace dos meses. Igual el martes me voy a la peluquería a cortarme el pelo. Hace demasiado calor para el mes en el que estamos, el año pasado por estas fechas estaba lloviendo…
Vaya, se me ha ido el santo al cielo, y el partido ha terminado, apenas me he enterado de nada. Creo que España ha ganado porque mis vecinos llevan un rato celebrando la victoria en el balcón. He contado dos o tres goles. Mi amable vecino, que dicho sea de paso está como un queso, ha voceado los goles con el énfasis acostumbrado. No he logrado entender nada del apasionado deporte de “er fúrbol". El lunes que viene hay una final de tenis. Tengo que prepararme a conciencia. En este sí que lograré llegar al final.

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