La verdad es que llevo tiempo dándole vueltas al tema con el que colaborar en esta publicación, ya que es un tema que la mayoría de las veces me desespera. Sí, me desespera ver cómo una y otra vez la gente, en la mayoría de las veces gentuza, que marcan las pautas de lo que después tenemos que sufrir los ciudadanos de a pie, aparece en cumbres, reuniones de alto estado o juzgados con una sonrisa en la cara. Sonrisas que suelen ser fingidas en algunos de los casos y otras, y aún peor, de provocación y desvergüenza.
Pero ha sido hoy, quince de marzo, cuando lo he visto claro tras leer una noticia en El País Digital en la que el encabezado decía lo siguiente: “Y Mercedes Alaya sonrió…”
Bueno, pues por ahí van los tiros. Supongo que esas sonrisas (no la de la jueza) vienen dirigidas por asesores de imagen. Supongo que todo está estudiado de antemano como una maniobra de cara a los medios, pero a mí me desespera. Me desespera ver en las cumbres de la O.N.U a los máximos mandatarios posar para las cámaras sonriendo mientras las guerras siguen guillotinando miles y miles de vidas humanas. Me desesperan las sonrisas de los máximos mandatarios en los prolegómenos de las cumbres climáticas.
¿Y qué decir del parlamento? Ya no solo sonríen a la entrada del mismo, aún peor, lo hacen a carcajada suelta en los careos o debates donde medio hemiciclo, convertido en los adláteres de unas siglas, da muestras del más absoluto de los desprecios hacía una ciudadanía que, mientras ellos sonríen, pasa momentos altamente delicados.
Y si entramos en temas de tribunales la cosa no es menos desesperante. En los últimos tiempos los juzgados de este país están llenos de juicios donde asesinos como los etarras, por ejemplo, sonríen antes, durante y después de las vistas. Donde ladrones a mano armada como banqueros, políticos, asesinos o violadores provocan en cada aparición pública. Como digo, a mí me desespera.
Quizás por ello cuando leí el encabezado de El País me despisté un poco, ya que la rigidez de Mercedes Alaya a la entrada de los juzgados siempre me ha parecido una prueba de respeto, nada que ver con la Infanta Cristina, pero claro, cuando desarrollé la columna pude observar que lo hacía a la entrada de una iglesia sevillana para renovar sus votos de matrimonio. Entonces respiré tranquilo.
Sin duda en estos tiempos duros, complicados, de crisis y saqueos, la sonrisa sigue siendo el idioma de los que aún creemos que todo este laberinto se puede solucionar. Pero alguien tendrá que decirle a estos personajes que manejen los tiempos de sus sonrisas. Decirle bien clarito que detrás de cada una de ellas hay un motivo más para encender una mecha que lleva tiempo tendida esperando que se le arrime el misto.
Por ello cada vez que los veo una sensación de desesperación me invade.
¿DE QUÉ COJONES SE RÍEN?
Pero ha sido hoy, quince de marzo, cuando lo he visto claro tras leer una noticia en El País Digital en la que el encabezado decía lo siguiente: “Y Mercedes Alaya sonrió…”
Bueno, pues por ahí van los tiros. Supongo que esas sonrisas (no la de la jueza) vienen dirigidas por asesores de imagen. Supongo que todo está estudiado de antemano como una maniobra de cara a los medios, pero a mí me desespera. Me desespera ver en las cumbres de la O.N.U a los máximos mandatarios posar para las cámaras sonriendo mientras las guerras siguen guillotinando miles y miles de vidas humanas. Me desesperan las sonrisas de los máximos mandatarios en los prolegómenos de las cumbres climáticas.
¿Y qué decir del parlamento? Ya no solo sonríen a la entrada del mismo, aún peor, lo hacen a carcajada suelta en los careos o debates donde medio hemiciclo, convertido en los adláteres de unas siglas, da muestras del más absoluto de los desprecios hacía una ciudadanía que, mientras ellos sonríen, pasa momentos altamente delicados.
Y si entramos en temas de tribunales la cosa no es menos desesperante. En los últimos tiempos los juzgados de este país están llenos de juicios donde asesinos como los etarras, por ejemplo, sonríen antes, durante y después de las vistas. Donde ladrones a mano armada como banqueros, políticos, asesinos o violadores provocan en cada aparición pública. Como digo, a mí me desespera.
Quizás por ello cuando leí el encabezado de El País me despisté un poco, ya que la rigidez de Mercedes Alaya a la entrada de los juzgados siempre me ha parecido una prueba de respeto, nada que ver con la Infanta Cristina, pero claro, cuando desarrollé la columna pude observar que lo hacía a la entrada de una iglesia sevillana para renovar sus votos de matrimonio. Entonces respiré tranquilo.
Sin duda en estos tiempos duros, complicados, de crisis y saqueos, la sonrisa sigue siendo el idioma de los que aún creemos que todo este laberinto se puede solucionar. Pero alguien tendrá que decirle a estos personajes que manejen los tiempos de sus sonrisas. Decirle bien clarito que detrás de cada una de ellas hay un motivo más para encender una mecha que lleva tiempo tendida esperando que se le arrime el misto.
Por ello cada vez que los veo una sensación de desesperación me invade.
¿DE QUÉ COJONES SE RÍEN?
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