“Siéntate en el umbral de tu puerta y verás pasar el cadáver de tu enemigo” (Proverbio árabe).
El Peregrino se detiene ante las negras murallas de la ciudad. Más allá, el sol, empujado por el lila de la cúpula celeste, se hunde entre sinuosidades ocres. La brisa de agosto, aventadora del grano en la eras, trae desde un invisible alminar el aḏān del muecín.
Allah es el más grande,
Allah es el más grande,
Allah es el más grande…
El Peregrino camina cansado. Pero, con la certidumbre del que no es extranjero, abandona el trasiego de fieles que caminan hacia la mezquita y se adentra por el callado dédalo de los arrabales. Pronto llega a la plaza de la vieja higuera y, lentamente, se acerca a la casa donde el Viejo, cabizbajo, sentado en el umbral dibuja con una estaca signos en la tierra. Y luego los borra y los escribe de nuevo para borrarlos otra vez en incesante y vana ocupación.
Declaro que no hay más dios que Allah,
Declaro que Muhammad es el enviado de Allah…
El Viejo interrumpe el movimiento y levanta la vista al advertir la presencia del recién llegado, que se detiene ante él. No se muestra sorprendido; sólo está deslumbrado por el sol, que desde el oeste proyecta sus últimos rayos tiñéndolo todo de una palidez irreal. Ya espera desde hace días, esperando no volver a verlo. Con la mano a modo de visera, escruta brevemente el rostro del Peregrino, baja la vista y comienza de nuevo a trazar signos en el suelo.
Habla.
― ¿Así que tus huesos aún no alimentan el fuego de Málik?
Responde el Peregrino.
― ¿Así que aún sigues sentado en el umbral para ver pasar mi cadáver?
Al sonido del cayado, que vuelve a arrancar nerviosamente maldiciones de la tierra, se une el seco arrastrar de las sandalias del Peregrino, que desanda su camino dando la espalda al agonizante sol.
Venid a la azAllah,
Venid al triunfo,
Venid al triunfo…
El corazón del Peregrino pesa como el oscuro firmamento sin estrellas que divisa al frente.
Piensa.
El odio del Viejo no le deja ver que ambos ya están muertos. Que el remordimiento y el rencor los convirtió hace ya tiempo en fantasmas.
El Peregrino, a la busca de un perdón que no saben darle.
El Viejo, a la espera de una venganza que Allah le niega.
Allah es el más grande.
No hay más dios que Allah.
Allah es el más grande,
Allah es el más grande,
Allah es el más grande…
El Peregrino camina cansado. Pero, con la certidumbre del que no es extranjero, abandona el trasiego de fieles que caminan hacia la mezquita y se adentra por el callado dédalo de los arrabales. Pronto llega a la plaza de la vieja higuera y, lentamente, se acerca a la casa donde el Viejo, cabizbajo, sentado en el umbral dibuja con una estaca signos en la tierra. Y luego los borra y los escribe de nuevo para borrarlos otra vez en incesante y vana ocupación.
Declaro que no hay más dios que Allah,
Declaro que Muhammad es el enviado de Allah…
El Viejo interrumpe el movimiento y levanta la vista al advertir la presencia del recién llegado, que se detiene ante él. No se muestra sorprendido; sólo está deslumbrado por el sol, que desde el oeste proyecta sus últimos rayos tiñéndolo todo de una palidez irreal. Ya espera desde hace días, esperando no volver a verlo. Con la mano a modo de visera, escruta brevemente el rostro del Peregrino, baja la vista y comienza de nuevo a trazar signos en el suelo.
Habla.
― ¿Así que tus huesos aún no alimentan el fuego de Málik?
Responde el Peregrino.
― ¿Así que aún sigues sentado en el umbral para ver pasar mi cadáver?
Al sonido del cayado, que vuelve a arrancar nerviosamente maldiciones de la tierra, se une el seco arrastrar de las sandalias del Peregrino, que desanda su camino dando la espalda al agonizante sol.
Venid a la azAllah,
Venid al triunfo,
Venid al triunfo…
El corazón del Peregrino pesa como el oscuro firmamento sin estrellas que divisa al frente.
Piensa.
El odio del Viejo no le deja ver que ambos ya están muertos. Que el remordimiento y el rencor los convirtió hace ya tiempo en fantasmas.
El Peregrino, a la busca de un perdón que no saben darle.
El Viejo, a la espera de una venganza que Allah le niega.
Allah es el más grande.
No hay más dios que Allah.
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