Aires de rock and roll, por Amador Pérez de Algaba

A lo largo de la historia del hombre, la música ha ocupado un papel primordial como vehículo de expresión de sus inquietudes y sentimientos. Por su sencillez, cercanía y cotidianidad, la música popular se ha convertido en un elemento imprescindible de la identidad cultural de todos los pueblos que habitan la Tierra y uno de los mejores vehículos de comunicación,  integración e intercambio social.
A mediados del siglo XX, al sur de los Estados Unidos, aparece un nuevo tipo de música popular basada en valores de libertad, igualdad, tolerancia y justicia social con los que romper muchos de los prejuicios que lastran la sociedad.
Esta nueva música, a la que llaman rock and roll, nace como medio de expresión de los más desfavorecidos de la sociedad. Esclavos que, tras recoger algodón de sol a sol, ahogan sus penas en alcohol y cantan tristes canciones en las que expresan sus anhelos y derrotas, donde dan rienda suelta a la necesidad de gritar y contar sus precarias condiciones de vida, sus instintos reprimidos y  la certeza de que nada cambiará hasta el fin de sus vidas.
Este nuevo estilo se expande rápidamente contagiando incluso a los blancos, primero a los de su entorno más cercano y luego a los de las grandes ciudades. Dado su marcado carácter humanista, se convierte en la banda sonora de las protestas contra la segregación racial (Rosa Parks o Martin Luther King) y comparte los valores de movimientos sociales como la Beat Generation, quienes denuncian las precarias condiciones de vida de la América profunda y rechazan los valores clásicos de la sociedad estadounidense (Jack Kerouac o William Burroughs).
En época de posguerra, la relación vigente entre maestros (adultos) y aprendices (jóvenes) se quiebra. Aparece el conflicto generacional y la rebeldía juvenil. El rock and roll se convierte, en poco tiempo, en la seña de identidad de los jóvenes, quienes buscan una forma de cambiar el mundo con nuevos valores y una nueva actitud. Por primera vez en la historia, adquieren presencia social, capacidad de iniciativa, protagonismo ante la opinión pública, peso político, voluntad reivindicativa, etc…
Esta revolución cultural, social y filosófica posee valores universales y democráticos que se extienden rápidamente por todo el planeta, creando una nueva forma de vida con la que se identifican por igual personas de distinto país, etnia, creencia, ideología, cultura o nivel social. Además engloba varias disciplinas (música, artes plásticas, ideología, estética, lenguaje, etc…) e impone sus propios principios (pacifismo, arte pop, uso de ropa vaquera, no a los convencionalismos, etc…).
El sistema reacciona y trata de neutralizarlo. Se habla de «depravación de la juventud» y de «ritmos de la jungla que rebajan al blanco al nivel del negro». Finalmente se crea una versión descafeinada y edulcorada llena de descapotables, tupés, cazadoras universitarias y calcetines tobilleros. La degeneración no puede llegar más lejos. La forma de expresión de los sentimientos más profundos de un ser humano que sufre se transforma en una moda superficial y elitista cuya máxima aspiración es el pavoneo, la exhibición o la ostentación. Todo ello facilitado y precocinado por una industria del entretenimiento que solo entiende que hay dinero en hacer creer a los más despreocupados que forman parte de un mundo virtual donde los sueños más superfluos se hacen realidad.
Pero ya es demasiado tarde. El rock and roll (como es definido en sentido amplio), que había nacido como una música arrogante y ruidosa con visos de pasajera, no sólo permanece sino que, en tan sólo seis décadas de existencia, ha pasado a convertirse en crónica de nuestro tiempo, indicador del cambio social y señal de identidad de varias generaciones.
Ha sido definido como «la auténtica democracia» o «el folclor de la aldea global». Pero sobre todo, es un estado mental, abierto y saludable,  que proclama el amor por la vida y que se apoya en valores éticos y democráticos que son imprescindibles para la convivencia en el mundo actual... aunque para mí aún sigue encerrando varios enigmas: ¿cómo la música negra gusta tanto a los blancos? o ¿cómo la música de los más pobres se convierte en un fenómeno de masas, incluidos los más ricos?

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