Matsuri, por Diego Luque

Si tuviese que buscar algún elemento de la cultura española para compararlo con los matsuri esas serían, sin duda, nuestras ferias. Muchedumbre y bullicio, puestecillos de comida y de juegos varios, alguna gente ataviada con trajes tradicionales y otra con ropas muy modernas. Pero, a pesar de todas las cosas que puedan parecer semejantes, cada país tiene una esencia que lo hace diferente.
Desde que me interesé por la cultura japonesa, siempre soñé con poder ir a uno de estos festivales. Sobre todo después de conocer la famosa canción Natsu Matsuri (festival de verano) de Whiteberry, canción que no puede faltar en ningún karaoke. Y, finalmente, tuve la ocasión de ir.
Antes de salir aquel día, me uniformé cual japonés de antaño con un jinbei (un traje masculino tradicional, cuyo equivalente femenino es el yukata), aunque creo que no logré pasar desapercibido. Si acaso, solo conseguí llamar más la atención. Llegamos tras un incómodo viaje en metro y autobús, en el que me limité a hacer como si no me percatase de todas las miradas que se posaban sobre mí, y nos adentramos en el gentío. Abundaban sobre todo los puestos de comida, bastante caros, por cierto. Tortillas de calamares, takoyaki (bolitas de pulpo), fideos de todo tipo, “pizzas” japonesas, dulces de diversas formas, colores y sabores, sin olvidarme tampoco de los puestos de perritos y hamburguesas. También algunos juegos, como las típicas escopetillas que nos encontramos aquí también en cualquier feria, el jankenpon (piedra, papel, tijera a la japonesa) o la pesca de carpas doradas. Este último tuve la oportunidad de probarlo, después de hacer cola un rato. Este juego consiste en llevar el pez del agua a un cuenco con un aro de papel muy frágil. Creo que no hace falta decir que el pez siguió nadando felizmente en el agua, como regodeándose con mi torpeza.
Después de dar unas cuantas vueltas, decidimos comer algo. Optamos por una tortilla de calamares, unas bolitas de pulpo y unos mitarashi dango. Esto último es un dulce muy típico de Japón y que está increíblemente bueno.
Los matsuri se celebran habitualmente en las proximidades de templos y santuarios. Allí pude hacerme con un amuleto de la suerte para los estudios por mil yenes (unos 10 € en aquel momento) y, aunque no crea en esas cosas, me ha acompañado siempre a los exámenes desde entonces (¡y no me ha ido mal!). En los templos suele haber miles de amuletos para satisfacer infinidad de aspiraciones, y es muy típico dárselo a amigos y familiares como obsequio.
La noche concluyó con un sensacional espectáculo de fuegos artificiales, que vimos mientras nos comíamos otro dulce típico del verano japonés, llamado kakigoori, y que no es otra cosa que hielo de distintos sabores.
¡Ah!, se me olvidaba. Esa noche nos perdimos y estuvimos más de una hora deambulando por las calles nocturnas de Osaka, hasta que finalmente hallamos el camino de vuelta a casa.

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