Mongolia, una maravilla de la naturaleza, por Óscar Marcos

Todo un placer poder volver a escribir sobre mis viajes para la revista “El Ladrío”. Esta vez voy a hablar de mi viaje a Mongolia, un país inmenso y sobre todo muy bello. Lo visité en agosto del 2012 junto a unos amigos en un viaje siguiendo, en parte, la ruta en tren del Transiberiano, que nos llevó en 27 días a cruzar gran parte de Asia desde San Petersburgo hasta Pekín.
La llegada al país no fue muy alentadora, después de un largo y cansado viaje en tren desde Irkutsk, en el Lago Baikal. Con las trabas burocráticas propias de los países excomunistas,  tuvimos que esperar durante unas tres horas en una vía muerta, en medio de la nada, en la frontera entre Rusia y Mongolia, a que unos funcionarios de aduanas inspeccionaran nuestro vagón de arriba a abajo, así como pedirnos nuestra documentación sin prisa alguna. Aun así compensó toda aquella larga espera la emoción de poder ver la verde y grandiosa estepa, llegar a un nuevo país que no suele ser muy visitado por occidentales y que es la patria de Gengis Kan, el creador de uno de los mayores imperios de la Historia.
La llegada a la capital, Ulán Bator, fue al amanecer y, con algo de sueño, vimos cómo la caótica ciudad despertaba. De todo lo que vi en aquel país, a lo único que de verdad se le puede llamar ciudad es a su capital, el resto no deja de ser un gran vacío de “campo” formado por grandes praderas, aparte de hermosos valles entre montañas al norte y al oeste y el gran desierto de Gobi al sur.  Allí pasamos casi una semana en el que alternamos las excursiones a la naturaleza con visitas por la ciudad. Así, visitamos poblados de pastores nómadas en el Parque Nacional Khustain Nuruu, que han hecho del turismo una fuente más de sus ingresos enseñando su ancestral modo de vida y en el que los caballos mongoles son uno de sus grandes atractivos. Se trata de una especie ecuestre tan distinta al caballo como las cebras, con características particulares: cabeza grande, color pardo, corta estatura, recios y de crines más cortas. Fue descubierta por un explorador y naturalista ruso a principios del siglo XX y recuperada casi de la extinción hace unos 35 años, siendo uno de los símbolos del país.
Adentrarnos en el interior del país fue apasionante pero también bastante inquietante al tener que acostumbrarnos a viajar en furgonetas destartaladas pero muy resistentes por carreteras casi impracticables, comprobando que casi nunca se conduce en línea recta, dados los numerosos baches existentes, y que circular por su capital es un total caos, ya que apenas existen señales que regulen el tráfico ni conductores que las respeten, lo cual hizo que nuestra paciencia a veces llegara a su límite.
Según nos contó una de las guías, Mongolia durante el siglo XX ha tenido que vivir entre dos gigantes: Rusia (ex URSS) y China, estableciendo un difícil equilibrio entre ambas para poder sobrevivir. Es como un gran “sándwich”, donde la mejor parte está en medio y ésa es Mongolia, dada su riqueza ganadera y mineral. El comunismo casi acaba con el budismo de origen tibetano. Afortunadamente nosotros pudimos visitar dos de sus grandes monasterios, uno en la capital y otro en las montañas, que forman parte del Parque Nacional de Terelj, con una enorme roca granítica en forma de tortuga y un bello paisaje alpino.
Recomiendo visitar aquel país, que merece la pena visitar por sus espléndidos y bellos paisajes, como la estepa o los magníficos valles montañosos, además de sus gentes, que no han olvidado su pasado guerrero y su amor y respeto por la naturaleza.

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