Hanshin Tigers, por Diego Luque


En esta ocasión quiero hablar sobre un tema que, si bien puede parecer más internacional o menos nipón, lo cierto es que mantiene una estrechísima relación con este país, y es un elemento muy importante, ya arraigado totalmente en la cultura. Quiero hablar de mi experiencia con Japón y el béisbol. Cuando uno estudia japonés, se da cuenta fácilmente de esta estrecha relación, ya que los japoneses suelen adaptar muchos elementos occidentales tomando su nombre del idioma de la cultura original (la mayoría en inglés), pero en el caso del béisbol no nos encontramos ante una “japonización” (como yo lo llamo) de ninguna palabra extranjera, sino que descubrimos que han buscado una palabra propia para darle un nombre a este deporte en su lengua. La palabra japonesa para béisbol es, pues, yakyū (compuesto por los caracteres 野, campo, y球, pelota). Para los japoneses, el béisbol es, en esencia, como el fútbol para los españoles. Sin embargo, el modo de percibirlo, o la filosofía con la que se ven las cosas, no es del todo similar, y aquí es donde quiero entrar.
Uno de los días recibí dos entradas para un partido de béisbol. Nada más y nada menos que de los Hanshin Tigers, el equipo local, de Osaka. Mi amiga Yuri me dijo que mi acompañante iba a ser Kenji, un amigo apasionado del béisbol, de modo que podría explicarme bien en qué consistía. Ese día nos levantamos temprano, quedé con Kenji y cogimos el tren, medio de transporte por excelencia en Japón. Llegamos a la zona del estadio, el famoso Kōshien, compramos unos onigiri (bolitas de arroz rellenas) para el almuerzo en una tienda de todo a 100 yenes que había allí al lado y nos adentramos en la masa de gente que se dirigía al lugar para ver el partido.
Lo pasé genial ese día. El ambiente era increíble: las gradas estaban repletas, había un montón de gente con los típicos accesorios que se ven en las películas americanas para apoyar a tu equipo y escandalizar, gente vendiendo bebidas y comida, un grupo de japonesas ayudando a los espectadores a encontrar sus asientos, siempre con una sonrisa en la cara, por supuesto. Nos sentamos en un sitio que estaba bastante alto, pero era más que suficiente para mí.
Ya empezaba, sonaba la música, las pantallas se encendían, el barullo de la gente se transformaba en ensayadas melodías que cantaban al unísono cada vez que un jugador salía al campo, o cuando tenían que animarlos. Kenji se molestó en llevar también unos cuantos accesorios consigo (al parecer, esto es casi obligatorio) y me dejó algunos, de modo que pude animar al equipo. A los Hanshin, por supuesto.
El partido no fue muy trepidante, pero fue una experiencia inolvidable. Se puso a llover a mitad y nos bajamos un rato bajo las gradas para refugiarnos, aunque luego volvimos a salir a pesar de que la lluvia no había cesado. Hubo un momento en el que todo el mundo sacó un montón de globos; mi amigo no fue menos y me dio dos o tres. Poco después vivimos un espectáculo de colores sobrevolando todo el estadio y gente cantando animada para darle fuerzas y energía al equipo. Después de muchas canciones alentadoras, carreras y bateadores fuera, el partido terminó. Por desgracia, los Hanshin perdieron, aunque me sorprendió mucho la actitud de la gente. Después de ver a su equipo perder, mucha gente se levantó, sonrió y exclamó: «Bueno, ¡pues la próxima vez será!».
Y no vi a nadie gritando, enfurecido, ni malhumorado. Simplemente, a veces se pierde y a veces se gana. Hasta me hice amigo del simpático señor que se sentaba delante, aunque ya no recuerdo su nombre.

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