Beograd, pasión y odio, por Paco Vílchez

La llegada a Beograd me produce inquietud, nerviosismo, incluso nostalgia de algo que nunca he vivido. Nostalgia de historias leídas y escuchadas del viejo telón de acero. Incluso de cuando nuestros mayores creían que aquel mundo del este era mejor. El socialismo soñado. Ahora apenas queda nada o quizás aún queda mucho. No sé.
Pero Beograd avisa incluso antes de dejarnos tocarla. A Carmela le han perdido la maleta, un incidente más de los que vivimos para viajar. La ciudad mil veces asediada nos manda señales y se muestra hostil con los forasteros. Quizás como una bella mujer cansada y mil veces violada que desde su sabia madurez marca distancias. Y es que Beograd fue bella, tanto que muchos no cesaron en el intento de que se convirtiera en su prostituta de lujo. Nunca accedió y quizás por ello no ha parado de sufrirlo en sus carnes, en su alma. Conflictos con los grandes imperios, otras veces con sus vecinos íntimos. Conflictos con ella misma. ¿A quién no le ha pasado alguna vez?
En su rostro resquebrajado guarda dejando ver grandes avenidas, poderosas fortalezas, iglesias ortodoxas que se mezclan con mezquitas y sinagogas, torres que quieren tocar el paraíso mil veces soñado, edificios imperiales, kafanas donde la rakia alivia las almas más doloridas, campos de fútbol diseñados a cielo abierto y barrios donde el antiguo régimen moldeó a sus anchas la arquitectura, dando forma a grandes edificios de apartamentos donde todo estaba milimétricamente estudiado. Allí miles de almas vivían en sus carnes las virtudes del socialismo, esas que creíamos a pies juntillas. Otros, mientras tanto, malvivían esperando la caída del sistema. Ahora simplemente sobreviven con un futuro incierto, desesperante.
Ahora, y tras un lifting natural, la madura dama coquetea mostrando edificios que tocan el cielo, con complejos deportivos modernistas, con una isla artificial para oxigenar en los días soleados a los belgradeses, con puentes a la última, incluso se ha reinventado una playa al amparo del Sava. La playa del este la llaman… Y todo ello unido por los viejos trolebuses, tranvías y autobuses de corte comunista que se mezclan con taxistas suicidas, que disfrutan intimidando al forastero.
El Sava y el Danubio, los dos ríos que ayudan a lavar las vergüenzas de una población que sobrevive por encima del bien y del mal. Pero la dama se sincera y moldea su silueta de mujer fatal sin maquillaje apenas. No hay dinero para ello. Los viejos bolsos de piel de astracán están más vacíos que nunca. Tampoco queda, que ni tan siquiera las últimas heridas de muerte que dejó la OTAN en su piel maltrecha han sido curadas. Hay quien dice que mejor así, que mejor que la bella dama las siga luciendo para recordar el horror de la enésima vez que fue ultrajada.
Pero Beograd guarda un secreto a voces como cualquier mujer, un vicio que la hace deseada. La madura y bella dama claudica y se arrodilla en la vieja sala Pionir, allí muestra sus virtudes y sus desvergüenzas. Cada partido de Euroliga del Partizan se convierte en una orgía de placer, y a veces de mal gusto. En la Pionir sale a relucir el amor que se pude sentir por una pasión, la fidelidad a un yo, a un todo. Pero a veces y en plena pasión también se muestra el fanatismo, el odio. Y es que, según dicen, del amor al odio solo hay un paso. En ese pequeño paso, en ese afilado filo de la navaja, Beograd se gusta. Como cualquier mujer, al fin y al cabo.
Yo la traté con respeto y cariño y me correspondió.
Beograd, a pesar de todo, sigue siendo bella.

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