La siesta, mientras hacíamos hora para volver, cayó en un
parque. Tirados como perros en el césped y a la sombrita, esto nos espabiló
para el resto de la tarde. Al volver al camping, comenzamos nuestra rutina
diaria que estaba compuesta por duchita, colada, cena, y lo que diera de sí el
cuerpo. Pero en esta ocasión la movida se organizó antes de la cena. Para ser
más exactos, sucedió cuando mi colega volvió de la ducha.
Mientras “el Pepe” se aseaba, yo me había quedado recogiendo
algunas cosas. Entonces vi cómo aparecía un autobús un poco antiguo. Yo
flipaba, nunca había visto un autobús en un camping. A unos treinta metros se
detuvo y empezaron a bajar chavales, la mayoría de ellos jóvenes, cogieron sus
bártulos y los tiraron a la arena. De pronto, un cura algo mayor que los demás
hizo sonar una campana y todos se organizaron militarmente delante del viejo.
¡Habían improvisado un pequeño altar con una mesita pequeña, en lo alto habían
colocado una foto del Santo Padre Karol Wojtyla y yo no me había ni “coscao”!
Entonces comenzó una misa de esas “guays”, donde la agente canta y hacen
palmas. En ese momento recordé que mi colega estaba a punto de volver de la
ducha, me adelanté a él, lo busqué por las duchas y, una vez que lo encontré,
le advertí de lo que había visto, intentando que no montara un numerito de los
suyos al toparse con la misa polaca.
¡Coño que no monto “ná”! Esa fue su respuesta, por un
momento me lo creí. Llegó calladito a la tienda, entró en ella, cogió el
radiocasette, metió una cinta de Rosendo y encendió el aparato a toda pastilla.
No se me ha olvidado, parece que lo estoy viendo. Flojos de Pantalón salió del
HITACHI a toda pastilla, y además
aprovechó el momento en el que el cura hablaba y sus campestres feligreses
guardaban el más pulcro silencio. Yo no me lo podía creer. Todos giraron la
cabeza hacía nuestra tienda y allí delante estábamos nosotros. Yo me moría de
vergüenza. El reverendo aquel nos hablaba en polaco con muy mala cara. Al
recriminarle a “el Pepe” su actitud, me contestó: ¡sí hombre, ellos sí pueden
pegar todos los “halaríos” que les dé la gana y yo no puedo poner al maestro!
Ni que decir tiene que el radiocasette no lo apagó y que a
los pocos minutos aparecieron dos guardas jurados, invitándonos a marcharnos.
Yo, agobiado, trataba de pedir disculpas, señalando a mi compadre y haciéndoles
entender que estaba malo de la cabeza. Pero el muy cabrón se descojonaba de
risa, y lo que es peor, logró contagiarme. En ese momento no se me vino a la
cabeza otra cosa que decirle a aquellos polacos: ¡Wojtyla papa “güeno”, Wojtyla
papa güeno”! “El Pepe” se moría de risa y se unió a mi locura gritando todavía
más fuerte: ¡Viva Polonia, viva Polonia!
Al final conseguimos permiso por parte de aquella buena
gente para poder pasar la noche en el camping. Lógicamente, no abrimos la boca
hasta la mañana siguiente, cuando lo abandonamos.
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