...y la gente nos miraba (II), por Paco Vílchez



La siesta, mientras hacíamos hora para volver, cayó en un parque. Tirados como perros en el césped y a la sombrita, esto nos espabiló para el resto de la tarde. Al volver al camping, comenzamos nuestra rutina diaria que estaba compuesta por duchita, colada, cena, y lo que diera de sí el cuerpo. Pero en esta ocasión la movida se organizó antes de la cena. Para ser más exactos, sucedió cuando mi colega volvió de la ducha.
Mientras “el Pepe” se aseaba, yo me había quedado recogiendo algunas cosas. Entonces vi cómo aparecía un autobús un poco antiguo. Yo flipaba, nunca había visto un autobús en un camping. A unos treinta metros se detuvo y empezaron a bajar chavales, la mayoría de ellos jóvenes, cogieron sus bártulos y los tiraron a la arena. De pronto, un cura algo mayor que los demás hizo sonar una campana y todos se organizaron militarmente delante del viejo. ¡Habían improvisado un pequeño altar con una mesita pequeña, en lo alto habían colocado una foto del Santo Padre Karol Wojtyla y yo no me había ni “coscao”! Entonces comenzó una misa de esas “guays”, donde la agente canta y hacen palmas. En ese momento recordé que mi colega estaba a punto de volver de la ducha, me adelanté a él, lo busqué por las duchas y, una vez que lo encontré, le advertí de lo que había visto, intentando que no montara un numerito de los suyos al toparse con la misa polaca.
¡Coño que no monto “ná”! Esa fue su respuesta, por un momento me lo creí. Llegó calladito a la tienda, entró en ella, cogió el radiocasette, metió una cinta de Rosendo y encendió el aparato a toda pastilla. No se me ha olvidado, parece que lo estoy viendo. Flojos de Pantalón salió del HITACHI  a toda pastilla, y además aprovechó el momento en el que el cura hablaba y sus campestres feligreses guardaban el más pulcro silencio. Yo no me lo podía creer. Todos giraron la cabeza hacía nuestra tienda y allí delante estábamos nosotros. Yo me moría de vergüenza. El reverendo aquel nos hablaba en polaco con muy mala cara. Al recriminarle a “el Pepe” su actitud, me contestó: ¡sí hombre, ellos sí pueden pegar todos los “halaríos” que les dé la gana y yo no puedo poner al maestro!
Ni que decir tiene que el radiocasette no lo apagó y que a los pocos minutos aparecieron dos guardas jurados, invitándonos a marcharnos. Yo, agobiado, trataba de pedir disculpas, señalando a mi compadre y haciéndoles entender que estaba malo de la cabeza. Pero el muy cabrón se descojonaba de risa, y lo que es peor, logró contagiarme. En ese momento no se me vino a la cabeza otra cosa que decirle a aquellos polacos: ¡Wojtyla papa “güeno”, Wojtyla papa güeno”! “El Pepe” se moría de risa y se unió a mi locura gritando todavía más fuerte: ¡Viva Polonia, viva Polonia!
Al final conseguimos permiso por parte de aquella buena gente para poder pasar la noche en el camping. Lógicamente, no abrimos la boca hasta la mañana siguiente, cuando lo abandonamos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No paro de echar una sonrisa o quizas reirme a carcajadas leyendote! Como quizas aun ustedes os riais al recordar esto!