Como era de esperar, las cosas se retrasaron. Y no una, ni
dos, ni tres; sino ¡tres horas! El instituto, aún en reformas, se llenaba poco
a poco de pésimas esperanzas, nervios y raras conclusiones. ¡Vaya ejemplo de
administración!
Por los pasillos, los futuros (y aun anónimos) ex alumnos,
yacían en vilo. Se amontonaban en los bancos, las escaleras e incluso tirados
por el suelo. El insolente tic-tac
resultaba peor que la gota china. En la puerta, otros pocos condenaban sus
pulmones a un cigarro tras otro más una nula conversación. Sólo rasquiñas,
caladas y miradas de complicidad. Precarias llantinas y estados bipolares de
ánimo.
Tan solo un par de ellos parecían estar más tranquilos de lo
habitual. A saber por qué. Entre ellos Miss Heartless. No sé si por la falta de
corazón o por la satisfacción de su esfuerzo. A decir verdad, había condenado
su eterno verano a la biblioteca y a los sábados entre apuntes. La única razón:
desacato a su propia autoridad. Por esa maldita enfermedad que hace confundir a
los alumnos el verano con el invierno (creo que debería de estudiarse como una
plaga).
Mientras los demás se divertían pegando saltos en la
discoteca o bebiendo cubatas en el botellón, ella y su amiga pasaban horas
asaltando la nevera e intentando comprender el temario que le había tocado a
cada una. Lo único que no había cambiado es que, a fin de cuentas, los sábados
volvían ciegas a casa.
Antes de seguir, debería hacer una advertencia: ESTUDIAR
PERJUDICA SERIAMENTE LA SALUD. Veamos el siguiente caso. Cuatro de la mañana:
un estudiante con pendientes para septiembre y alguien que opta por irse de
botellón. Ambos están ciegos. El
estudiante, vuelve solo a casa. Al borracho le acompañan sus amigos. El
estudiante no tiene con quien arreglar el país en esas profundas charlas
económicas (sin duda, las más elocuentes de nuestra época). El borracho
encuentra innumerables soluciones a la crisis. El estudiante se siente pesado y
aturdido. El borracho se siente liviano, divertido y capaz de cometer cualquier
delito que la moral exija. El estudiante se siente cada vez más estúpido y
acomplejado por sus conocimientos. El borracho se siente cada vez más
inteligente. El estudiante está cada vez de peor humor. El borracho, cada vez
más gracioso. ¿Queréis más datos?
En aquel instituto de Madrid, la noche del cinco de
septiembre se venía encima. Las notas no aparecían en el tablón, los profesores
no eran capaces de abrir la boca. Otra vez el tic tac, la rasquiña, las miradas
de complicidad, el morderse las uñas, la sensación de haber aumentado la fuerza
de gravedad de la tierra. Todos se miraban. Todos se retorcían en sus mismos
nervios e incertidumbre. Hasta que marcaron las nueve menos diez de la noche
(cuando se había previsto todo para las seis menos cuarto). ¡Vivían de milagro!
Por fin, el jefe de estudios cuelga unos papeles en el
cristal. Las notas. A Miss Heartless se le vino el mundo encima. ¿Habría valido
la pena el esfuerzo? Le temblaban las piernas, el sudor le caía por detrás de
las orejas. Tenía el rostro pálido. El corazón en un puño. Los resultados de su
clase, para no variar, los últimos. Aunque dicen que vale la pena esperar.
Entre la aglomeración de compañeros tristes y contentos, pudo acercarse a su
nombre. La sentencia final.
Dos cincos como dos soles, los más bonitos de la historia.
Aunque esperaba algo más. Sin embargo, terminó de comprender una frase a la que
nunca había querido prestar atención: “La suerte sólo te ayuda a caminar si
tienes el valor de dar el primer paso”.
Comentarios