“Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en
que trata a sus animales"
Mahatma Gandhi
No ha hecho más que acabar la última temporada de verano,
otra más en la que hemos podido comprobar cómo día a día aumentaba el número de
animales, sobre todo perros, deambulando por las calles de las ciudades. Los
viajes vacacionales coinciden con la edad en la que aquellos animales que
fueron el regalo navideño de la familia llegan a su tamaño adulto, y la
combinación de esta y otras muchas excusas suele ser el detonante para
deshacerse de la nueva “carga”.
Tristemente, España encabeza la lista de países europeos con
mayor número de abandonos, además nuestro índice de adopción fluctúa entre el
7% y el 9%, uno de los más bajos de la Unión Europea. En nuestro país cada año
son abandonados unos 200.000 animales, la mayoría de ellos perros y gatos,
aunque cada vez está más de moda adquirir como mascota un animal exótico o
salvaje. Estos últimos, además, son animales menos adaptados al ámbito
doméstico y requieren unos cuidados especiales y esta mayor dificultad a la
hora de satisfacer sus necesidades, en muchos casos, acaba con la pérdida de
interés y el abandono del animal, lo que contribuye también en cierto modo a la
alteración del equilibrio de la fauna salvaje por tratarse de especies
exóticas. Muchos de ellos, los más afortunados, acaban siendo adoptados, la
mayoría en hogares de Alemania, Bélgica, Francia o Italia, países en los que
por cultura y concienciación de la población, encuentran lo que no hemos sabido
o querido darles aquí.
Tal y como nos enseñaba una campaña publicitaria de los años
90, “ellos nunca lo harían”, pero nosotros lo seguimos haciendo, seguimos
abandonando animales sin ningún escrúpulo ni remordimientos y viendo como algo
normal que haya animales vagando por las calles o cachorros depositados en los
contenedores de basura. Llegan a casa siendo cachorros, y sin pedir nada a
cambio nos ofrecen su bondad y nobleza, su compañía y su fidelidad durante toda
una vida. Pero el sueño acaba para muchos de ellos cuando de repente se hacen
adultos, dejan de parecer un “peluche”, necesitan más atención (educarles,
sacarles a pasear, darles la atención veterinaria que requieren, etc.), y
finalmente acaban siendo desahuciados en carreteras y cunetas, abandonados a su
suerte, sin que aquellos que un día fueron su familia vuelvan siquiera a
plantearse cómo será su futuro. Muchos son atropellados, otros, en el mejor de
los casos, recogidos por sociedades protectoras de animales. Actualmente estas
asociaciones se ven desbordadas por el gran número de abandonos, algo en lo que
también ha repercutido la crisis económica, utilizada por muchos como otra
excusa para justificar su acción. En las protectoras, además, aunque los
animales tienen cubiertas sus necesidades básicas (alimento y agua), suelen
estar en condiciones de hacinamiento, a la espera de ser adoptados antes de que
llegue la fecha de su día final, su sacrificio, que a veces es inevitable
debido a la gran cantidad de animales que las asociaciones tienen que atender.
Los animales son unos excelentes amigos, no tienen
prejuicios ni complejos, no nos juzgan ni critican, son nobleza pura y
simplemente nos acompañan adaptándose a nuestras necesidades y estilo de vida,
y en muchos casos acaban viéndose recompensados con nuestra traición. ¿Por qué
creemos que podemos hacer y deshacer sin ninguna consecuencia?, ¿por qué
pensamos que tenemos potestad para manipular las vidas animales a nuestro
antojo? En definitiva, ¿por qué los abandonamos?
Por otro lado está la responsabilidad de las
administraciones central y autonómica, que han elaborado una serie de leyes,
reglamentos y recomendaciones de manera errática, sin hacer apenas esfuerzo en
que se haga vigente su cumplimiento y cuya violación en muy contadas ocasiones
conlleva una sanción. La solución que actualmente ofrecen las administraciones
son las “perreras municipales”, en las que los animales, transcurrido un tiempo
sin que sean reclamados por nadie (normalmente quince días), son sacrificados.
Esto no supone una solución real pues conlleva un inútil gasto de mantenimiento
para la sociedad, pues finalmente muchos acaban siendo sacrificados. La
verdadera solución debería pasar por la realización de campañas de
concienciación de la población, campañas de subvenciones para esterilización,
un control más estricto sobre el cumplimiento de la legislación (identificación
de los animales, controles periódicos de esta identificación, etc.), así como
una política más restrictiva para la reproducción, importación y venta de
animales.
Es indudable que la adquisición de una mascota para el hogar
debe ser una decisión muy meditada entre todos los miembros de la familia, ha
de hacerse de manera responsable y consensuada, pues no estamos hablando de una
bicicleta o una videoconsola que se le regale a un niño para reyes y se pueda
dejar en un rincón olvidada al desvanecerse el interés inicial por la novedad.
Se trata de seres vivos que comparten nuestras vidas durante varios años y nos
dan muchas cosas buenas, pero eso sí, también requieren una serie de cuidados
(paseos, afecto, atención veterinaria, etc.), por lo que es necesario valorar
los pros y contras, y en caso de tomar la decisión, comprometerse con una
tenencia responsable.
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