Está en nuestras manos, por José Miguel Portero García



“Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales"
Mahatma Gandhi

No ha hecho más que acabar la última temporada de verano, otra más en la que hemos podido comprobar cómo día a día aumentaba el número de animales, sobre todo perros, deambulando por las calles de las ciudades. Los viajes vacacionales coinciden con la edad en la que aquellos animales que fueron el regalo navideño de la familia llegan a su tamaño adulto, y la combinación de esta y otras muchas excusas suele ser el detonante para deshacerse de la nueva “carga”.
Tristemente, España encabeza la lista de países europeos con mayor número de abandonos, además nuestro índice de adopción fluctúa entre el 7% y el 9%, uno de los más bajos de la Unión Europea. En nuestro país cada año son abandonados unos 200.000 animales, la mayoría de ellos perros y gatos, aunque cada vez está más de moda adquirir como mascota un animal exótico o salvaje. Estos últimos, además, son animales menos adaptados al ámbito doméstico y requieren unos cuidados especiales y esta mayor dificultad a la hora de satisfacer sus necesidades, en muchos casos, acaba con la pérdida de interés y el abandono del animal, lo que contribuye también en cierto modo a la alteración del equilibrio de la fauna salvaje por tratarse de especies exóticas. Muchos de ellos, los más afortunados, acaban siendo adoptados, la mayoría en hogares de Alemania, Bélgica, Francia o Italia, países en los que por cultura y concienciación de la población, encuentran lo que no hemos sabido o querido darles aquí.
Tal y como nos enseñaba una campaña publicitaria de los años 90, “ellos nunca lo harían”, pero nosotros lo seguimos haciendo, seguimos abandonando animales sin ningún escrúpulo ni remordimientos y viendo como algo normal que haya animales vagando por las calles o cachorros depositados en los contenedores de basura. Llegan a casa siendo cachorros, y sin pedir nada a cambio nos ofrecen su bondad y nobleza, su compañía y su fidelidad durante toda una vida. Pero el sueño acaba para muchos de ellos cuando de repente se hacen adultos, dejan de parecer un “peluche”, necesitan más atención (educarles, sacarles a pasear, darles la atención veterinaria que requieren, etc.), y finalmente acaban siendo desahuciados en carreteras y cunetas, abandonados a su suerte, sin que aquellos que un día fueron su familia vuelvan siquiera a plantearse cómo será su futuro. Muchos son atropellados, otros, en el mejor de los casos, recogidos por sociedades protectoras de animales. Actualmente estas asociaciones se ven desbordadas por el gran número de abandonos, algo en lo que también ha repercutido la crisis económica, utilizada por muchos como otra excusa para justificar su acción. En las protectoras, además, aunque los animales tienen cubiertas sus necesidades básicas (alimento y agua), suelen estar en condiciones de hacinamiento, a la espera de ser adoptados antes de que llegue la fecha de su día final, su sacrificio, que a veces es inevitable debido a la gran cantidad de animales que las asociaciones tienen que atender.
Los animales son unos excelentes amigos, no tienen prejuicios ni complejos, no nos juzgan ni critican, son nobleza pura y simplemente nos acompañan adaptándose a nuestras necesidades y estilo de vida, y en muchos casos acaban viéndose recompensados con nuestra traición. ¿Por qué creemos que podemos hacer y deshacer sin ninguna consecuencia?, ¿por qué pensamos que tenemos potestad para manipular las vidas animales a nuestro antojo? En definitiva, ¿por qué los abandonamos?
Por otro lado está la responsabilidad de las administraciones central y autonómica, que han elaborado una serie de leyes, reglamentos y recomendaciones de manera errática, sin hacer apenas esfuerzo en que se haga vigente su cumplimiento y cuya violación en muy contadas ocasiones conlleva una sanción. La solución que actualmente ofrecen las administraciones son las “perreras municipales”, en las que los animales, transcurrido un tiempo sin que sean reclamados por nadie (normalmente quince días), son sacrificados. Esto no supone una solución real pues conlleva un inútil gasto de mantenimiento para la sociedad, pues finalmente muchos acaban siendo sacrificados. La verdadera solución debería pasar por la realización de campañas de concienciación de la población, campañas de subvenciones para esterilización, un control más estricto sobre el cumplimiento de la legislación (identificación de los animales, controles periódicos de esta identificación, etc.), así como una política más restrictiva para la reproducción, importación y venta de animales.
Es indudable que la adquisición de una mascota para el hogar debe ser una decisión muy meditada entre todos los miembros de la familia, ha de hacerse de manera responsable y consensuada, pues no estamos hablando de una bicicleta o una videoconsola que se le regale a un niño para reyes y se pueda dejar en un rincón olvidada al desvanecerse el interés inicial por la novedad. Se trata de seres vivos que comparten nuestras vidas durante varios años y nos dan muchas cosas buenas, pero eso sí, también requieren una serie de cuidados (paseos, afecto, atención veterinaria, etc.), por lo que es necesario valorar los pros y contras, y en caso de tomar la decisión, comprometerse con una tenencia responsable.

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