La generación pre-parada, por Elena Soria López

Como muchos otros jóvenes, aún recuerdo con cierta agonía el día en el que tuve que echar la preinscripción para la universidad y decidir mediante un mero trámite el rumbo que tomaría mi futuro. En un solo acto estaba marcando mi futuro camino universitario y posterior recorrido laboral.

Fue un año de decisiones importantes. En primer lugar, tras pasar el último año de bachillerato y la “temida” prueba de acceso a la universidad, notas de corte y adjudicaciones, consigues plaza en tu carrera. Después viene el ajetreo burocrático, no recomendable para la salud mental de un estudiante (ni para su bolsillo), idas y vueltas, colas y ratos de papeleo. Al fin, llega lo más esperado, la búsqueda de compañeros de piso, vivienda, y, finalmente, llega septiembre.
Empieza el curso académico. Un nuevo mundo aparece ante tus ojos: la universidad. Desconocimiento mezclado con entusiasmo y miedo, por qué negarlo. En fin, a la mayoría nos va bien. Una vez que te acostumbras, todo empieza a seguir su rumbo. Es una experiencia enriquecedora, y sin lugar a dudas, te forma como persona.

El problema aparece después, tras cuatro años de estudio universitario, en muchos casos más, ya que se opta por realizar máster, especialización u otra carrera, los estudiantes universitarios nos encontramos con una situación un tanto delicada. La vida universitaria dentro de lo que cabe no es tan complicada como el mundo laboral. Tienes que esforzarte mucho estudiando, es innegable, pero está dentro de nuestras posibilidades.
Lo que se nos escapa es lo que viene después. El temido mundo laboral, y la consiguiente búsqueda de trabajo, que tal y como está la situación hoy en día, es más que dificultosa.
Estamos una parte de nuestra vida esforzándonos y estudiando, para que cuando, supuestamente estamos ya preparados para desempeñar nuestro trabajo, no tengamos ninguna opción.
En la España actual, no son pocos los estudiantes que con carrera, máster, e incluso especialización  tienen que quedarse en la cola del paro, esperando un puesto de trabajo que seguramente tardará tiempo en llegar y que muy posiblemente no será el esperado.
Mi pregunta es: ¿por qué una generación tan cualificada como la actual no es capaz de encontrar un trabajo? Está claro que no será por su falta de ganas o preparación. El alto porcentaje de desempleo golpea de lleno a los estudiantes universitarios. Por lo que los efectos de la crisis y los recortes económicos tienen consecuencias más que notables en el sector universitario.

Tenemos frente a nuestros ojos a una generación muy preparada y con pocas salidas en este país, por lo que la única solución, es seguir estudiando, cosa que a su vez cada vez se hace más difícil con los recortes en educación, becas y ayudas. O bien, la conocida “fuga de cerebros”.
Esta opción, de la cual soy totalmente partidaria, implica comenzar una nueva vida en un país con esperanzas de futuro más alentadoras y que pueda otorgar a un joven universitario el reconocimiento y empleo que se merece.
Por otro lado, también es comprensible que haya personas reacias a abandonar su país, y no partidarias de emigrar para buscar otras oportunidades. Pero viendo la situación actual ¿Cuál es el riesgo? Ya lo hacían nuestros abuelos en tiempos de hambre y guerra, ¿por qué no vamos a ser nosotros capaces?
De ninguna manera, mi intención es añadir frustración y negatividad a esta situación de penuria que estamos atravesando, pero es necesario ser visionario, actuar y dentro de lo posible, buscar otras alternativas. La esperanza es lo último que se pierde.


Elena Soria López

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