¿Os habéis preguntado alguna vez qué
es el tiempo y cómo condiciona nuestras vidas? Para algunos el tiempo solo es
un reloj, un conjunto de números que determinan un horario; para otros es mucho
más que eso: un amigo que corre a su favor o un enemigo que está en su contra.
Lo que está claro es que nuestras vidas son hijas del tiempo, todo gira en
torno a él. Cuando decidimos esperar nos ponemos en sus manos, éste puede
recompensar nuestra espera produciendo en nosotros una inmensa felicidad, o por
el contrario, puede conducirnos al abismo de la decepción tras darnos cuenta de
que toda nuestra paciencia ha sido en vano, no ha servido para nada.
El tiempo deforma la realidad en la
que vivimos, pues a medida que éste pasa solo nos queda su recuerdo, es decir,
como un mismo instante no queda definido, debemos atenernos a lo que
recordamos. Unos se fijan en cosas a las que otros apenas dan importancia,
componiendo entre todos un mix en el que nos creemos dueños de la verdad
absoluta, un grave error por nuestra parte, bajo mi punto de vista, pues lo
único que realmente nos pertenece es el tiempo: incluso aquel que no tiene otra
cosa cuenta con eso.
Él nos hace envejecer, por lo que
podríamos tomarlo como un ser que corre en nuestra contra, que nos arrebata a
nuestros seres queridos; pero, también nos hace crecer, permitiéndonos formar
nuestras vidas, mejorar, y darnos cuenta de lo largo y, al mismo tiempo,
efímero que puede ser todo. Pero… ¿nos permite el tiempo vivir algo real, algo
verdadero? Dicen que el tiempo es el olvido, pero lo cierto es que nada se
olvida si es lo suficientemente importante como para estar en lo más profundo
de nuestro ser, en lo más íntimo de cada uno, es decir, que forme parte de
nuestra realidad. El tiempo y la realidad están conectados de tal manera que
son indestructibles, inseparables, pero, como decía Montesquieu: “la verdad en
un tiempo es error en otro”, así de relativo es el tiempo que bastan cinco
minutos para soñar con una vida entera y, a veces, faltan minutos para vivir un
sueño completo: un momento con nuestra familia, un abrazo con un amigo, un
beso, una sonrisa, o una palabra que se ve interrumpida por el ruido.
En numerosas ocasiones escuchamos: ¡No
tengo tiempo! En realidad ¿Cuántas veces al día lo oímos? En nuestra realidad
está presente la rapidez, el ruido, la evasión, el agobio, el aislamiento; tal
vez deberíamos pararnos a pensar ¿no hay tiempo para el otro? Quizás el que nos
falta esté en él. Hay muchas maneras de vivir el tiempo: agradeciendo,
suavizando las cargas de los demás, compartiendo saberes, escuchando a la voz
de la experiencia, abrazando los sentimientos y situaciones del otro,
acercándonos con calma a escuchar y compartir su necesidad. Por eso, dice el
proverbio, el tiempo es oro, pues con él podemos llegar a construir grandes
cosas, como las relaciones entre las personas que, al fin o al cabo, con más o
con menos tiempo acabarán llenando la auténtica realidad, nuestra propia
historia.
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