El tiempo y la realidad, por Eva Mª Tejada Ortigosa

¿Os habéis preguntado alguna vez qué es el tiempo y cómo condiciona nuestras vidas? Para algunos el tiempo solo es un reloj, un conjunto de números que determinan un horario; para otros es mucho más que eso: un amigo que corre a su favor o un enemigo que está en su contra. Lo que está claro es que nuestras vidas son hijas del tiempo, todo gira en torno a él. Cuando decidimos esperar nos ponemos en sus manos, éste puede recompensar nuestra espera produciendo en nosotros una inmensa felicidad, o por el contrario, puede conducirnos al abismo de la decepción tras darnos cuenta de que toda nuestra paciencia ha sido en vano, no ha servido para nada.
El tiempo deforma la realidad en la que vivimos, pues a medida que éste pasa solo nos queda su recuerdo, es decir, como un mismo instante no queda definido, debemos atenernos a lo que recordamos. Unos se fijan en cosas a las que otros apenas dan importancia, componiendo entre todos un mix en el que nos creemos dueños de la verdad absoluta, un grave error por nuestra parte, bajo mi punto de vista, pues lo único que realmente nos pertenece es el tiempo: incluso aquel que no tiene otra cosa cuenta con eso.
Él nos hace envejecer, por lo que podríamos tomarlo como un ser que corre en nuestra contra, que nos arrebata a nuestros seres queridos; pero, también nos hace crecer, permitiéndonos formar nuestras vidas, mejorar, y darnos cuenta de lo largo y, al mismo tiempo, efímero que puede ser todo. Pero… ¿nos permite el tiempo vivir algo real, algo verdadero? Dicen que el tiempo es el olvido, pero lo cierto es que nada se olvida si es lo suficientemente importante como para estar en lo más profundo de nuestro ser, en lo más íntimo de cada uno, es decir, que forme parte de nuestra realidad. El tiempo y la realidad están conectados de tal manera que son indestructibles, inseparables, pero, como decía Montesquieu: “la verdad en un tiempo es error en otro”, así de relativo es el tiempo que bastan cinco minutos para soñar con una vida entera y, a veces, faltan minutos para vivir un sueño completo: un momento con nuestra familia, un abrazo con un amigo, un beso, una sonrisa, o una palabra que se ve interrumpida por el ruido.
En numerosas ocasiones escuchamos: ¡No tengo tiempo! En realidad ¿Cuántas veces al día lo oímos? En nuestra realidad está presente la rapidez, el ruido, la evasión, el agobio, el aislamiento; tal vez deberíamos pararnos a pensar ¿no hay tiempo para el otro? Quizás el que nos falta esté en él. Hay muchas maneras de vivir el tiempo: agradeciendo, suavizando las cargas de los demás, compartiendo saberes, escuchando a la voz de la experiencia, abrazando los sentimientos y situaciones del otro, acercándonos con calma a escuchar y compartir su necesidad. Por eso, dice el proverbio, el tiempo es oro, pues con él podemos llegar a construir grandes cosas, como las relaciones entre las personas que, al fin o al cabo, con más o con menos tiempo acabarán llenando la auténtica realidad, nuestra propia historia.

Comentarios