Hace tiempo que no escribo en esta
revista y, creáme lector, si le digo que lo echo de menos. La verdad es que
cada vez me cuesta más sentarme tranquilamente a pensar y poner en papel
tranquilamente unas cuantas líneas. En mi caso, he llegado a un punto en que,
como cantaba Ismael Serrano, cumplo más años que promesas y paso demasiado
tiempo trabajando (lo cual es una suerte, la verdad) y le dedico poco a las
cosas importantes de la vida. Bueno, tampoco debo quejarme tal como está todo.
Hablando de todo un poco, en principio
había pensado contarles mi sesudo punto de vista sobre la prima de riesgo y las
negociaciones del Eurogrupo, pero a medida que voy envejeciendo me estoy
volviendo más modesto. Pienso que es falso que el tiempo nos vuelva más sabios,
solo nos hace más viejos. Por eso, creo, honestamente, que mi opinión al
respecto no le interesa a nadie y además tampoco aporto nada nuevo que Ud. no
haya leído en la prensa. Después me puse a escribir sobre los tristes recortes
económicos, las subidas de impuestos, la pérdida de calidad de vida de muchas
personas y cómo nuestra clase dirigente nos decepciona a cada paso que da. Nada
original. Tampoco lo vi nada claro. Mejor lo dejo.
Aunque hace años que no vivo en
Montilla, cada día le echo un vistazo al Diario Córdoba. Pero tampoco encontré
inspiración en los asuntos de actualidad de por aquí, ya no conozco a la
mayoría de personas de las que se habla. En realidad me acabo de dar cuenta que
me he convertido en un apuraorzas de primera, de aquellos de los que yo me reía
cuando era pequeño (he llegado a cargar 35 litros de aceite en mi coche, lo
prometo).
Por otra parte, no importa ser un
apuraorzas. Me hace sentir como si todavía estuviera cerca. De hecho, cuando
miro atrás el tiempo parece detenido y uno guarda en la memoria imágenes fijas
que no envejecen. Casi podría recitar de memoria cómo se repartían las mesas
los parroquianos habituales de mi bar favorito hace diez o doce años. En esta
imagen, nadie envejece y nada cambia. Me reconforta volver a casa y encontrar a
gente a la que no conozco bien, saludar e intercambiar cuatro palabras. Supongo
que es una forma de sentir un punto de apoyo para movernos, o una referencia a
la que amarrarse cuando algo nos va mal, de tener una Ítaca a la que volver
después del viaje lleno de dificultades.
Así que después de darle muchas
vueltas, he decidido contarles mi vida, mis pensamientos y cómo a medida que
pasa el tiempo, echo más de menos estas páginas, esta revista y a los amigos.
Sé que la nostalgia es un sentimiento muy bajo; ya que nos nubla la mente e
idealiza un pasado que nunca fue mejor que el presente, lo sé. Pero hay días en
que daría todo porque la vida me fuera más fácil, la gente que me importa
estuviera más cerca y pudiera ganarme vida a una distancia más asequible. Por
suerte, nuestro cerebro tiene un mecanismo de defensa muy útil: el olvido. Ese
mecanismo nos permite mirarnos al espejo cada mañana y decirnos que no estamos
tan mal para la edad que tenemos, que tener acné era una mierda, que antes me
ponía colorado cuando hablaba con una chica y que mejor estamos ahora, a pesar
de esas arruguillas que empiezan a aparecer. Y por eso, estas líneas me
permiten desahogarme y volver a mis cosas cotidianas. Reconfortado por esta
breve mirada atrás, puedo seguir adelante. Gracias, lector por su paciencia.
Nos vemos pronto.
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