El martillo del tiempo, por Felipe Logroño


“Pues yo me harté de hacer tarea en CLASSROOM durante el confinamiento”.

Este simple enunciado encierra un torpedo a toda línea de flotación que se precie cuando la dice un compañero de trabajo. El tiempo que tardas en asimilar todo su significado es el que necesita el martillo para ejecutar su viaje y golpearte. Y su mensaje oculto es que compartes labores profesionales con una persona que hace cuatro años escasos estaba en cuarto de secundaria. Tenía quince años para esa buena gente que no concibe ningún concepto que no sea la EGB para apreciar edades.

Tenía pocas dudas de que ya había pasado más de la mitad de las hojas de mi calendario, que le había dado la vuelta al jamón, que Depredador no sería capaz de distinguir mi rastro térmico del de una bombilla de filamentos o que casi nadie entienda ya mis coletillas. Pero nunca imaginé que una simple aportación a una conversación intrascendente me pondría delante de un espejo tan cruel.

Todas las otras señales que te van llegando las capeas de buena manera. A los retos laborales les echas encima la experiencia; a los esfuerzos físicos, el saber dosificarte; a los nuevos retos tecnológicos, tus aventuras con los Spectrum y los programas en casetes; a las fiestas que te llevan a alargar la noches, pues días de vacaciones a continuación; y siempre, siempre, decirte a ti mismo un mantra que nunca falla: “mi mochila era más pesada, mi camino más largo y mi montaña más alta” cuando la soberbia de la juventud intenta apabullarte.

No nos engañemos, compañeros del metal, la erosión que provoca el movimiento continuo de las manecillas no para de quitarnos posibilidades y potencial. Es de las pocas leyes vitales que no hay manera contradecir. Ni memes de autoayuda, ni cirugías milagrosas, ni avances médicos que nos vaticinan vivir más allá de los 150 años. Estamos diseñados para ser finitos y alargar el tiempo no hará más que sacar a la superficie nuevos problemas del diseño original.

Pero este lado oscuro no debe cegarnos de todo lo bueno que tiene la caída continua de los granos de arena. Debemos alegrarnos de haber sido partícipes del momento de mayor esplendor de nuestra especie. Porque, efectivamente, el meteorito va a llegar. Ya sea en su forma física comúnmente aceptada, enajenación total de la masa o nuevo disco de Omar Montes. Nuestra civilización va a involucionar hasta su crisis total. Y nosotros no estaremos aquí para verlo.

Y qué mayores pruebas necesitáis que ser conscientes de que en una canción del “El último de la fila” hay más palabras que en toda la discografía de Karol G. Si en una película de Woody Allen de 90 minutos hay más mensajes que en el 99% de las que se han hecho en el 2024. Sí, Pérez Reverte dejó de ser original y transgresor hacer veinte novelas. Todos tenéis vuestras propias pruebas de que la capacidad humana ya ha llegado a su límite. Reconocedlo, no entendéis ni una palabra de la música de hoy, y no hablo de la anglosajona.

Yo, una vez he superado el bajón, he tomado conciencia de mí mismo, como “SKYNET”, y de mi situación. He pedido por Amazon una valla portátil para ver desde primera fila cómo todo se va al carajo y empiezo a diseñar cómo me quiero ir de esta realidad. Solo debo decidir si escoger la pastilla azul, y quedarme hasta el último rayo de sol, o la roja para marcharme con la elegancia del que regala un tiempo precioso.

Por último, un consejo y una certeza. No olviden supervitaminarse y mineralizarse y que siempre nos quedará la próxima gira mundial de los Rolling. 

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