Un día descubres que la moda de tus quince años vuelve a tus casi treinta y cinco y te parece hortera. En realidad, ya te llevaba pareciendo horrible desde hace un tiempo. Mirabas con recelo a las adolescentes de las redes sociales y pensabas en esos bailes cutres y arrítmicos de la escuela, los pantalones de campana y colores chillones cuyas cremalleras eran irrisorias, los tangas a la vista y por el sobaco. Ellas, tan monas, tan bien maquilladas, tan bien bailadas y tú, la cara llena de granos, el pelo encrespado, el bigote y las cejas como dos gatos acostados. Los collares de plástico pegados a la garganta, la felpa que prometía cambiar de color con la luz del sol, las fotos artísticas de cabeza inclinada, mirando al suelo y frases filosóficas escritas con mayúsculas y minúsculas en Comic Sans que decían algo así como: “AnTeEh DeH CriIitIcArMeh, InTeNtAh SuPeRaRmEh” (Puntoycoma, P mayúscula [L] )
Pues no, ahora vuelven los pantalones con tres botones a cada lado de la cadera y bolsillos frontales que parecen los del trasero. Vuelven los jerséis y las camisas de dibujos y grabados imposibles y los pantalones de campana… Aunque, de momento, se salvan los tangas de hilo y las cremalleras. No sé muy bien si darle un codazo a las nuevas adolescentes y mascullar un sentido ¡JÓDETE! o llorar de frustración.
Esas vestimentas, las que alguna vez cantaste victoria de que se hubieran ido, las que suplicaste una y otra vez que no volvieran… Ahora, de repente, te hacen ¡zas! En toda la cara. Y descubres que ya no estás dentro de la casuística de la juventud, ya no.
Miras cada uno de los escaparates y están cargados de similitudes de un pasado que no sabes si te gustaría borrar o recordar con cierto cariño.
Has llegado al punto y final, o a un nuevo punto de inicio. Ante tus años mozos, se corre una cortina de luto y, aun así, te resignas a pensar que lo más importante ahora es no llevarte una amarga sorpresa cuando tienes que pagar la cuenta del Mercadona.
Toca reiniciarte, como si empezara de nuevo la partida del Super Mario, con sus tres vidas iniciales y alguna más adicional si conseguías 100 monedas antes de que te pillara una seta o un precipicio. Es aburrido pasar por las mismas pantallas una y otra vez, aunque lo bueno es que cada una de ellas te hace más experta y conoces mejores trucos. Pasas por ahí con más habilidad, más sabiduría y aparente seguridad.
Así es la vida: una partida llena de inicios, finales y vueltas a empezar.
En realidad, ahora puede parecer más cómoda y moderna que en aquel entonces. Hay mejores coches, internet accesible en más lugares, cacharros inteligentes que hacen muchas cosas… Eres mayor de edad y asumes un nuevo rol de (aparente) persona adulta. Y, sin embargo, duele pensar que el tiempo no vuelve, y que lo único que vuelven son las modas. Duele pensar que cumples un número, donde quedas fuera del baremo de personas jóvenes. Es jodido darte cuenta que repites las mismas frases de tus padres, las mismas que antes te sacaban de quicio pero ahora te llenan de victoria.
Y también es posible que echemos la vista atrás y pensemos en la cantidad de “cosas que podríamos haber hecho si hubiéramos sabido que…” O que parece tarde para algunas y temprano para otras. No nos damos cuenta que el proceso vital cambia con los años, que la sociedad no debe estipular nuestros tiempos, que hasta el punto donde estamos hemos tenido que abrazar muchas circunstancias crueles y, posiblemente, hasta necesarias. Ver que te salen canas o arrugas en la cara y que tienes más responsabilidades que tiempos de descanso. O, tal vez, nos damos cuenta cuando no hay marcha atrás.
Pero el pasado no vuelve, solo vuelven las modas. Cuando estás a punto de cumplir los treinta y cinco. Y se van sumando imágenes de todas esas personitas que has sido y con las que has recorrido un largo trecho hasta aquí. Tu yo de los ocho, que sabía lo que se le venía encima y decidió apretar los dientes y tirar del carro. Tu yo de los quince, que se creía dios y no le tenías ninguna fe. Tu yo de los veinticinco, que te enseñó a reconciliarte con la anterior. La de los treinta, que por primera vez sintió cada una de las letras de la palabra EMPODERAMIENTO. Y ahora tú, a punto de iniciar una nueva aventura.
Y, aunque ya no vas al instituto, tienes cuenta bancaria, no vives con tus padres, disfrutas de una copa de vino en tu propia compañía y eres tutora legal de un gato naranja, sigues siendo nueva para muchas cosas. Para enfrentarte, por ejemplo, a la nueva imagen de tu rostro y desengañarte al aprender que lo importante no es la cantidad de amistades que tengas, sino quienes recorren el camino contigo a pesar de tener diferentes obstáculos. Y también los que has sabido dejar atrás. Que son las cicatrices los capítulos del libro, que el amor cambia con el tiempo y se hace más fuerte, aunque no menos intenso. Y que la magia reside en todo aquello que miras con libertad. Que los platos no se friegan solos, que el detergente está muy caro y que el carro de la compra del Lidl no se llena con treinta euros. Y también, que el tiempo es lo más valioso que tenemos, porque no va a volver. Así que invirtamos en cosas que realmente valgan la pena.
En fin, aún me queda la esperanza de que el largo de las cremalleras siga siendo por la cintura.
Y no, ya no soy joven. Ahora soy una adulta en prácticas.
Comentarios