Cuando me pongo a escribir estas letras, han pasado ya unos meses desde que los efluvios de los vinos que bebí y probé en el túnel del vino de la septuagésima edición de la Fiesta de la Vendimia Montilla-Moriles han pasado a mejor vida. En cambio, el recuerdo del tiempo que pasé dentro y fuera del túnel del vino lo tengo intacto.
En esta última edición, y ya van setenta, a alguien se le ocurrió la singular e iluminada idea de crear un novedoso e insólito túnel del vino. Todos sabemos más o menos lo que es un túnel de carreteras, ferroviario, de minas, pero casi nadie podría imaginarse que podría existir un túnel del vino.
Como no existía, a la persona o entidad que se le ocurrió taladrar esta idea le doy desde aquí mi mejor aplauso y mi admiración absoluta. Toda iniciativa o idea que nazca para potenciar y difundir el vino de Montilla, o mejor dicho los vinos de Montilla, será siempre acertada y positiva. Si pensamos lo que nuestros vinos nos dan a nosotros, a los montillanos y a los no montillanos, es mucho más que lo que nosotros les damos a ellos. La balanza está mucho más inclinada hacia el lado donde se encuentra el vino y nosotros tenemos que hacer un esfuerzo poco a poco para que esa balanza se nivele mediante estas ideas y eventos tan acertados y tan necesarios para nuestros vinos y para la Fiesta de la Vendimia.
Fui al túnel del vino como un iniciado, sin saber a ciencia cierta lo que me iba a encontrar, y lo que me encontré superó con creces todas mis expectativas. En primer lugar, después de pagar dos euros por una copa de cristal -eché de menos el catavino- la entrada al túnel era gratis. A todos los bolsillos, el adjetivo gratis les reconforta, pero creo, y es mi modesta opinión, que un poco de dinerito que costase entrar, no vendría mal. Vuelvo a decir que nuestros vinos nos dan y regalan mucho, y creo que en compensación nosotros tendríamos que hacerles un regalo pagando una pequeña entrada, aunque me eche tierra sobre las tejas de mi tejado. Todo esfuerzo que hagamos por el vino será corto.
Pero dejando aparte el asunto del dispendio, cuando se entra al túnel del vino, uno no podría imaginar la gran cantidad y variedad de vinos que nos arropan; incluido, que también había, el arrope. Ante esta magnitud, me acordé de la uva Pedro Ximénez, de sus cepas, y de las personas alrededor de ellas, empezando por los agricultores y terminando por los bodegueros, que consiguen con casi un único tipo de uva tanta variedad y tanta belleza.
Dentro de su cuerpo, el túnel del vino contenía ciento treinta marcas de vinos de veinticuatro bodegas, lagares y cooperativas. A todos ellos, mi admiración por ese trabajo a veces tan poco reconocido comercialmente para que la uva Pedro Ximénez y su hijo, nuestro amado vino, tengan tantos hermanos y todos tan bien vestidos. Es un esfuerzo, el de estas bodegas y lagares, que tenemos que reconocerlo y apoyarlo.
En los túneles, la característica más esencia es la oscuridad; en este, sin embargo, lo es la luz y el color de los vinos allí expuestos, de las etiquetas y sus diseños, que algunas llegan a ser pequeñas obras de arte, de las botellas con sus cada vez más diferentes formas, como cofres guardando un gran tesoro. Una vez que los ojos se han llenado de todo lo antes dicho, toca hacerles regalos a los sentidos del olfato y del gusto.
Como el cuerpo del túnel del vino contenía ciento treinta marcas de vinos en sus múltiples variedades, con un buen acierto, a las botellas se les puso un tipo de piporrillo o piporrilla para que la copa no se llenase en demasía. La misión de este túnel para quien lo visitaba era que probase el máximo número de marcas y tipos de vinos: que los comparasen unos con otros, por lo menos al principio, y más adelante que se deleitasen con todo lo bebido.
Si sumamos todo lo que por la vista, el olor y el sabor adquirimos en el tiempo que estuvimos dentro, conseguimos que ese momento sea inolvidable. Por eso sigue el recuerdo intacto después de varios meses, haciendo trabajar al futuro pensando en el próximo túnel, que me gustaría que con una turneladora grande ampliase y alargara mucho más su extensión. No sé si esta idea será acertada o no, pero vi poco espacio para este evento. El vino, nuestro vino, necesita de espacio y tiempo y las medidas de este túnel no daban para que el vino estuviese a sus anchas.
Espero que se prolongue esta iniciativa en años futuros y soleras, y que sigamos disfrutando, bebiendo y viviendo nuestros vinos.
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