Reconozco que yo me quedé en el 63 con Bowie y T-Rex, como dice Alaska en la canción. Por edad, disfruté “la movida” en el mejor de mis momentos, cuando me estaba haciendo un hombre. Que soy como soy, tengo claro que influyeron mucho, esos aires de libertad. O como muchos dicen, ese “libertinaje”. Y tuve suerte, porque me tocó vivirla lo suficientemente joven para que no me devorara como a tantos que cayeron en la droga y el descontrol.
Para los que me leen fuera de España, les pondré en antecedentes. Yo nací durante la dictadura del General Franco. La recuerdo vagamente. A su muerte, este país entró en una espiral de liberación que abarcó todos los ámbitos posibles. La sociedad se volvió loca por hacer todo lo que antes no se podía. La cultura no podía ser menos y se radicalizó en lo “políticamente incorrecto”. Si esto no se puede hacer, pues vamos a hacerlo. Todo valía, no había reglas. Los artistas de todas las disciplinas empezaban a reinventarse y a salir a la calle sin complejos. Empezaron a “salir del armario” muchas estrellas, y nadie lo veía mal. Es más, parecía que estaba de moda. Si eras hetero, eras un aburrido. Se comieron y se bebieron todas las drogas que había en el mercado. Eran tiempos de investigar y aquello parecía bueno. Te da el subidón y te vuelves más creativo ¡que más se puede pedir!
Parecía que el poder se le había devuelto al pueblo. No fue tan así. Esos movimientos juveniles estuvieron perfectamente dirigidos y financiados por estamentos públicos. Aquí entra, de plano, la figura del alcalde de Madrid, Don Enrique Tierno Galván. Un visionario que supo que, si había que cambiar un país, eso tenía que hacerlo la juventud que no estuviera anclada en el pasado, ni llevara clavadas las heridas de la guerra civil en la piel. Necesitaba una nueva idea de patria. Y ese nuevo concepto, que él conocía bien por haber sido sociólogo y escribir libros sobre la juventud marginal, caló en la sociedad. Empezamos a construir la nueva España que hoy somos. Una nación abierta y tolerante que hemos disfrutado durante toda la etapa democrática. Por esta razón se le dio por llamar “la movida madrileña” pero que se desarrolló en todo el estado español con amplia incidencia en Galicia (Tino Casal, Siniestro Total, Golpes Bajos, Aerolíneas Federales), el País Vasco y la costa mediterránea. Muchos de estos grupos acabaron triunfando en México y en América Latina: Hombres G, Mecano, La Unión, Radio Futura, Duncan Dhu, etc.
Que “Semen Up” llegara a liderar las listas de ventas de discos era impensable. Lo comercial era ponerle a tu banda de rock un nombre no comercial. Las reglas eran no tener reglas. Ya no se decía “me gusta”, ahora “molaba”. ¿Alguno de los más “radikales” de mis lectores le pondría a su grupo el nombre de “Tarzán y su puta madre buscan piso en Alcobendas”? Pues existió y estuvieron tocando hasta el 2004. Si hasta un grupo mítico como Siniestro Total, antes se llamaban. “Mari Cruz Soriano y los que afinan su piano”.
Podría estar horas hablando de “la movida”, pero no solo fue en la música. Podríamos hablar de Pedro Almodóvar o Fernando Colomo en cine, los fanzines de Fernando Márquez y los programas de TV “Musical Express”, “Popgrama” y, sobre todo, “La bola de cristal”.
Pude comprobar en Chile, que también pasaron por la dictadura del general Pinochet, e intenté comparar para averiguar que ellos no han superado la etapa. Nosotros sí, como sociedad. Hasta que los poderes políticos empezaron a posicionarse en las redes sociales para “convencer” de que “su” verdad es la única, daba gusto. Ahora, la crispación de los líderes se ha trasladado a una sociedad que acepta el insulto como debate político válido. Y no, España no es así.
Pero nos llegó esta pandemia. Y, todo lo que habíamos construido empieza a resquebrajarse. Los radicalismos empiezan a desestabilizar nuestro bienestar emocional. Estamos perdiendo esa tolerancia y respeto por las ideas de los demás de la que siempre habíamos hecho gala. ¿Y la cultura? Paralizada. Ya sé que hay muchos sectores, ahora, a los que hay que ayudar a salir adelante. El riesgo de una fuerte crisis económica, después de esta pandemia, está siempre presente. Que cada quien que lea esto seguro que tendrá su propia idea de qué sectores salvaría si fuera presidente. No entro en debates porque no soy analista político. Lo que sí sé es que muchos compañeros que viven (y sus familias también, no lo olviden) del trabajo artístico están sin ingresos desde que empezó la pandemia.
Yo mismo, al día que escribo esto, debería estar en México para asistir a cinco ferias del libro a las que me había comprometido con la Editorial Edhalca que me publica allá. Y, este año, volvería a firmar ejemplares en la FIL de Guadalajara (justamente galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades) como ya hice el año pasado con mi primera novela. Pues no. Estoy en casa, encerradito en un semi confinamiento voluntario, esperando a que esto escampe.
Hace poco pude asistir a una proyección de una película del ciclo de cine japonés que lleva a cabo el colectivo Vértigo Cine en la Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria. A mitad de la proyección, con la luz apagada empecé a contar el número de personas que se habían quitado la mascarilla o se la habían bajado por debajo de la nariz. Nadie, señores, nadie. Todos cumpliendo las normas pese a la oscuridad. De verdad que, en los eventos culturales controlados, no hay contagio.
Si este país es como es, y del que nos sentimos orgullosos, es porque la cultura, cuando hubo que liderar el cambio, tomó la bandera de la libertad y se puso al frente. Valiente. Hubo muchas bajas. La droga y las depresiones se llevaron a muchos, pero yo estoy orgulloso de haber vivido aquellos días y de que “me hicieran” tal como soy. Y, ahora, se lo pagamos con la indiferencia. Ya no necesitamos a la cultura, pues que se espere sentada. ¿Nadie se dio cuenta que, aun así, quiso tomar la bandera de nuevo?
Cuántos artistas, yo mismo uno de ellos, durante el confinamiento forzoso ofrecieron gratuitamente sus trabajos para que los ciudadanos pudieran pasar el tiempo entretenidos y no caer en la desesperación. Me descubro ante todo artista capaz de hacer reír, aun sabiendo que tiene el corazón roto. Y así se lo estamos pagando. No me cabe en la cabeza.
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