La moto o motocicleta lleva viviendo con nosotros, y nosotros con ella, desde finales del siglo XIX. Con la revolución industrial del siglo XIX, junto a los avances materiales que ésta traía en su ser, trajo consigo un cambio de ideas y mentalidades. Una de las mentalidades que aparecieron en la segunda mitad del XIX fue la prisa y la velocidad.
En ese siglo, los desplazamientos de un lugar a otro se realizaban sin cambios desde muchas centurias antes: a pie, a caballo, con carruajes y con unas incipientes y tranquilas bicicletas que acompasaban el sosiego del desplazamiento. Terminado el siglo, y con este cambio de mentalidad, aparece el coche o automóvil y a la par la motocicleta, heredera de su pariente la bicicleta. Después de siglo y medio, el paisaje de las ciudades y de nuestro entorno cambió velozmente con dos protagonistas indiscutibles de este nuevo panorama: los coches y las motos, con sus ruidos y sus defecaciones.
En estas letras hablaré del mundo de las motos, ese instrumento que vive y se mantiene de equilibrio y de emoción. No cabe duda que, desde su nacimiento, han evolucionado considerablemente, llegando en nuestros días algunas de ellas a ser verdaderas obras de arte y de diseño, que en muchos casos nos dejan con la boca abierta al contemplar su belleza y su estética.
Pero la esencia de la moto no ha cambiado casi nada. Nació con dos ruedas y un manillar y sigue viviendo con dos ruedas y un manillar. La velocidad de las motos no ha parado de crecer, pero independientemente de esta velocidad, que últimamente se está controlando a base de tirones de orejas, la sensación y las emociones de conducir una moto son las mismas o muy gemelas a las de aquellos pioneros que se desplazaban sobre dos ruedas, puestas sus manos sobre el manillar y sus esperanzas en las manos de Dios.
En otros medios de locomoción, coches, trenes, balas, aviones, ya no se viaja, en todo caso lo que hacen es que te trasponen o te trasplantan de un lugar a otro. El viaje, obviando el de a pie que es el más perfecto, solamente se da en la moto. En un tren de los que ahora vuelan, pongamos por ejemplo, uno se encuentra en un recinto cerrado ajeno y alejado del paisaje. En una moto, el motorista forma parte del paisaje, se funde con él. La moto y el motorista son dos elementos que en el viaje se convierten en uno solo, en un centauro motorizado del siglo XXI. El viaje en moto, la naturaleza, el clima, el aire, la luz, en definitiva la vida, entra traspasando todas las capas de los chaquetones, camisas, guantes y cascos, en el cuerpo del motorista. Todas estas sensaciones dentro del cuerpo del motorista forman otro centauro creando un estado anímico inenarrable.
Junto a todo lo antes dicho, el viaje en moto conlleva un cierto riesgo que otros medios de locomoción no tienen, pero este riesgo que hay implícito en un viaje en moto nos ayuda, o nos debería ayudar en muchos aspectos personales. En primer lugar, en tener cabeza (aunque tengamos que cambiar de casco). Si hace años era muy común la frase “esos locos de las motos”, cada vez en este mundo hay menos velocidades y las normas se respetan mucho más que hace unas décadas atrás, a pesar que las motos vienen más preparadas para correr. Un motorista necesita una concentración y unos reflejos superiores a otros vehículos de locomoción. Por esto, estos reflejos y concentración nos ayudan a tener una mente más trabajada y atenta que contribuirá a torear con algunos pases de más en la vejez.
Si mezclamos estas palabras, nos sale la palabra precaución. Con mayúsculas o con faltas de ortografía, el motorista debe llevar grabada en su frente y en su mente esta palabra para que llegue a buen fin su viaje y, como premio, que le espere una copa de vino o una cerveza bien fresquita.
Como este mundo de la moto se encuentra en continuo movimiento, algunos aficionados montillanos de la moto nos hemos juntado y hemos formado un grupo motero que hemos denominado los MANGARILLAOS AMONTILLADOS.
Si viajar solo en moto es una delicia, hacerlo en grupo se multiplica. Hacemos rutas por los contornos y pueblos de la Subbética, Campiña, Sierra de Córdoba y alguna que otra ruta saliendo de la provincia de Córdoba.
Si bien algunos compañeros poseen motos de cilindrada que bien le pudieran hacer la competencia al mismo Concorde, la velocidad nos la tomamos, si no con reposo sí con tranquilidad, acompañando a los miembros que tienen motos de menor cilindrada.
Para correr ya inventaron los aviones y las balas de los trenes. Nosotros, los Mangarillaos Amontillados, salimos en moto para llenarnos de paisajes y vivencias, y una vez terminado el viaje nos llenamos de sabor y alegría con nuestro vino.
Le deseo a este grupo, que ahora es menor de edad, que se haga adulto con el paso de los años, que no le falte las ganas de viajar en moto y que poco a poco se llene de vivencias, que para eso tenemos estas “burras” tan bellas y maravillosas.
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